Defense & Security
Seguridad europea, ¿encrucijada euroasiática?
Image Source : Shutterstock
Subscribe to our weekly newsletters for free
If you want to subscribe to World & New World Newsletter, please enter
your e-mail
Defense & Security
Image Source : Shutterstock
First Published in: Jul.11,2023
Aug.16, 2023
La cumbre
de la OTAN que se celebrará en Vilna los días 11 y 12 de julio de 2023 supone
un paso más hacia la profundización de la relación entre Ucrania y el Occidente
colectivo. Cuando se combina con el revigorizado proceso de ampliación de la
UE, existe una tendencia creciente a asumir que Washington y Bruselas pueden -o
incluso deben- establecer los términos del orden de seguridad europeo sin la
aportación de Moscú. Sin embargo, en un mundo de "megarregiones" y
visiones enfrentadas del orden internacional, la seguridad cooperativa sigue
siendo relevante si la UE desea salvar cierto grado de orden basado en normas
en el espacio que conecta Europa con Eurasia. Como primeros pasos en esta
dirección, la UE debería esforzarse por mantener operativa la OSCE, entablar un
diálogo limitado con Bielorrusia sobre el control de armamentos e imaginar un
futuro para la Comunidad Política Europea que incluya algún día a Rusia. Este
documento se publica en el marco del proyecto Mega-Regiones y Seguridad Europea
del CEPS.
Dos cuestiones muy controvertidas constituyen el núcleo de nuestra evaluación: las modificaciones del artículo 66 bis relativas a las futuras crisis de los precios de la electricidad y el recurso a los límites inframarginales de ingresos1 . La importancia de las imágenes era inequívoca. A finales de marzo de este año, el Presidente chino Xi Jinping visitó a su homólogo Vladimir Putin en Moscú, al mismo tiempo que el Primer Ministro japonés Fumio Kishida visitaba al Presidente Volodymyr Zelensky en Kiev. Aunque situados en extremos casi opuestos del supercontinente euroasiático, los líderes de las dos mayores economías de Asia visitando a los beligerantes de un conflicto europeo sirvieron para ilustrar hasta qué punto se había integrado la dinámica de seguridad de los dos escenarios. Sin embargo, era el dirigente chino, cuyo país había sido víctima del imperialismo japonés en el siglo XX, quien presumía de su asociación estratégica con un país que apenas un año antes había cometido un acto de agresión no provocada contra su vecino, mientras que el jefe de gobierno japonés se solidarizaba con la víctima. El hecho de que Pekín haya redoblado su entente con Moscú, a pesar de la flagrante violación del derecho y las normas internacionales por parte de este último, todo ello en nombre del antihegemonismo, revela las complejas y cambiantes pautas del orden internacional en el mundo actual. La creciente integración del espacio de seguridad paneuroasiático, cuando se combina con una comprensión matizada de los fundamentos contemporáneos (y mixtos) del orden internacional, revela hasta qué punto el propio orden de seguridad europeo dependerá no sólo de la capacidad de la UE para demostrar su propia resistencia, sino también de su capacidad para desarrollar nuevas herramientas y enfoques que le permitan llegar más allá de su propia órbita normativa y a un espacio "euroasiático" normativamente más diverso. Contrariamente a la idea de que Rusia está "abandonando" Europa, sólo concibiendo el espacio euroasiático desde Lisboa hasta Vladivostok como un sistema de seguridad único y paneuropeo podrá la UE gestionar la contestación normativa y la diversidad política que caracterizan los asuntos continentales.
El retorno
de la competencia entre grandes potencias ha tenido consecuencias tangibles en
varios frentes políticos, como las normas comerciales, las cadenas de
suministro, las restricciones tecnológicas, el acceso a minerales esenciales y
la futura configuración de la globalización en general. Su impacto también se
ha dejado sentir en el ámbito nacional, con Estados tanto democráticos como
autoritarios que intentan configurar el espacio de la información y se
enfrentan a un sentimiento nacionalista creciente. Pero cuando se mira a nivel
macro, surgen dos grandes tendencias, una geopolítica y otra normativa.
La
tendencia geopolítica -tradicionalmente definida como la intersección entre la
política del poder y la geografía- es la formación de "megarregiones"
en el hemisferio oriental, Eurasia continental y el Indo-Pacífico marítimo.
Aunque estos espacios son demasiado vastos y diversos para constituir
"regiones" identificables en el sentido habitual del término, su
atractivo discursivo les permite dar forma a los debates estratégicos con
independencia de lo integrados que estén en términos económicos o sociales.
A
diferencia de la consolidación del hemisferio occidental bajo un único hegemón,
estas megarregiones son policéntricas, lo que sugiere un paisaje complicado por
el que navegar. El escenario del Indo-Pacífico se caracteriza por el
empeoramiento del enfrentamiento sino-estadounidense, pero también por la
persistencia de diversos grados de no alineamiento por parte de actores
importantes, como India y la ASEAN. La importancia estratégica de la
megarregión para la UE se deriva no sólo de la considerable proporción de
comercio que pasa a través del Indo-Pacífico, sino también del hecho de que los
Estados miembros de la UE se enfrentan a las presiones de su creciente
dependencia de Estados Unidos en materia de seguridad, incluso cuando el
enfoque de Washington ha estado pivotando claramente hacia Asia durante los
últimos años.
El teatro
euroasiático vincula a Europa con Asia a través de crecientes lazos comerciales
y de conectividad, pero también mediante interacciones estratégicas, como la
entente chino-rusa y los vínculos de Turquía con Asia Central. Aunque China ya
está muy presente en Europa en términos de tecnología, vínculos comerciales y
propiedad de puertos, las cuestiones que rodean el alto el fuego y la
reconstrucción de Ucrania también pueden presagiar un perfil creciente de Pekín
en la configuración del futuro orden de seguridad europeo.
Aunque
mucho dependerá del grado de aquiescencia de Estados Unidos y la UE, el papel
de China puede limitarse a delineadas contribuciones financieras a la reconstrucción
de la Ucrania de posguerra, o puede llegar a incluir un papel directo en
mantener las armas en silencio. Esto último, por ejemplo, podría incluir una
promesa china de ejercer su influencia sobre el Kremlin para evitar una nueva
invasión de Ucrania, a cambio de un compromiso occidental de disuadir a Kiev de
retomar militarmente sus territorios perdidos. Dada la creciente dependencia de
Rusia respecto a China, la seguridad europea parece ahora indeleblemente
imbuida de características euroasiáticas, y no sólo transatlánticas o
euroatlánticas.
Además de
los retos y fenómenos geográficos comunes, como el cambio climático y la
apertura de las rutas marítimas del Ártico, la evolución política de los
últimos años ha contribuido a tejer los teatros estratégicos europeo y asiático
en un complejo de seguridad cada vez más interconectado. El empeoramiento de
las relaciones entre Rusia y Occidente tras la revolución del Euromaidán de
2013-14 aceleró la ya declarada 3 | ¿SEGURIDAD EUROPEA, CRUCE EURASIÁTICA? MANTENER
A BORDO LA COOPERACIÓN BASADA EN NORMAS EN UN CONTINENTE DESGARRADO POR LA
GUERRA "pivote hacia el Este", mientras que su invasión de Ucrania en
2022 ha garantizado que este pivote adopte la forma de una creciente
dependencia de China después de que Japón y Corea del Sur impusieran sanciones
económicas. Por tanto, China se ha convertido en un actor influyente en la
seguridad europea por su capacidad (teórica) de influir en el pensamiento
estratégico del Kremlin sobre el final de la guerra y contribuir a la
reconstrucción de Ucrania una vez acordadas nuevas garantías de seguridad. El
creciente poderío marítimo de China también afecta a los intereses de la UE, no
sólo en cuestiones comerciales, sino también en el ámbito del derecho
internacional, al cuestionar la futura configuración de los bienes comunes
mundiales.
Un factor
adicional que unifica los dos escenarios ha sido la priorización europea (y
estadounidense) del Indo-Pacífico, con la publicación por parte de la UE de su
estrategia Indo-Pacífica cinco meses antes de la invasión rusa de Ucrania. Ello
sentó las bases políticas para que la UE siguiera dando importancia a la mejora
de su perfil en el Indo-Pacífico, incluso cuando la guerra hacía estragos más
cerca de casa. Y aunque muchos en Europa rechazan el marco binario
"democracia frente a autocracia" en el que hace hincapié la
administración Biden, la proliferación de esta retórica en los círculos
occidentales de toma de decisiones desde el comienzo de la guerra ha impulsado
a los aliados transatlánticos a redoblar su enfoque en dos teatros.
La
tendencia normativa se refiere a la creciente capacidad de distinguir entre los
distintos estratos del orden internacional en los que habita la UE. Los debates
sobre el orden internacional se han centrado a menudo en la evolución de la
distribución del poder, y diversos analistas afirman que el mundo sigue siendo
en gran medida unipolar, se está hundiendo en la bipolaridad o persiste en su
camino hacia la multipolaridad. Pero queda la cuestión de cómo caracterizar
términos como "orden internacional liberal" (OIL) u "orden
internacional basado en normas" (OIRN), dentro de los cuales opera esta
polaridad.
Las
incursiones de Rusia en Ucrania en 2014 y en Siria en 2015, seguidas del auge
del populismo con el referéndum sobre el Brexit y la elección de Donald Trump
en 2016, pusieron en tela de juicio el futuro del LIO. Esto planteó cuestiones
más fundamentales sobre su amplitud y alcance reales: si se limitaba en gran
medida a Occidente o tenía un alcance verdaderamente mundial, si se centraba
principalmente en defender el multilateralismo o si también tenía componentes
basados en valores, etc.
Dada la
naturaleza de estos acontecimientos, se hizo evidente que el
"liderazgo" occidental a la hora de establecer los términos del orden
internacional era un componente esencial de la LIO como concepto.
Las
acciones rusas de 2014-15 desafiaron frontalmente la idea de que Washington y
Bruselas podían configurar unilateralmente las normas de seguridad europeas y
pusieron fin al monopolio occidental posterior a la Guerra Fría sobre las
intervenciones militares en Oriente Medio. Del mismo modo, el auge del
populismo no sólo amenazó la hegemonía ideológica del liberalismo en las
sociedades occidentales, sino que también planteó interrogantes sobre si las
potencias angloamericanas que han sido preeminentes durante tres siglos
seguirían empeñadas en mantener un orden en cuya creación desempeñaron un papel
fundamental.
Una
definición de la LIO que incorpore todos los elementos -instituciones
proliferantes, valores liberales, comercio abierto, liderazgo occidental y
ambiciones transformadoras a escala global- revelaría que el intento de crear
una LIO global comenzó a principios de la década de 1990 y había fracasado de
forma efectiva en el momento de la crisis financiera y la subsiguiente Gran
Recesión de 2007-2009. Dado el origen estadounidense de esa recesión, la
legitimidad aceptada del componente económico del liderazgo occidental se puso
en tela de juicio, allanando finalmente el camino para la erosión del
"hiperglobalismo" posterior a la Guerra Fría. El liderazgo político
de Occidente se cuestionó aún más tras la intervención de la OTAN en Libia en
2011, que algunos consideraron que excedía el mandato del Consejo de Seguridad
de la ONU de proteger estrictamente a la población civil, lo que presagió el
posterior regreso de Putin a la presidencia rusa en 2012.
Tras
fracasar en su intento de convertirse en sinónimo de orden mundial, la LIO
parece hoy en día limitada en gran medida al Occidente no geográfico, haciendo
hincapié en la defensa de la democracia más que en su difusión. El binario
actual "democracia frente a autocracia" espera que el primer modelo
demuestre su longevidad y acabe ganando un atractivo indiscutible entre el
resto del mundo, lo que difiere de los intentos activos de exportarlo.
A pesar de
su descripción neutra como el orden mundial universalmente aceptado basado en
el sistema de la ONU, las instituciones multilaterales y el derecho
internacional, la RBIO también puede ser difícil de definir como concepto. En
algunas concepciones, existe desde 1945 y ha dependido del liderazgo occidental
para sostenerse, mientras que en otras sigue siendo algo que aún debe crearse
en espacios estratégicos de nueva concepción y discursivamente disputados como
el "Indo-Pacífico".
Por esta
razón, la RBIO también ha sido criticada en algunos rincones por ser
deliberadamente opaca y tachada de mera cortina de humo para la hegemonía
occidental. Como mínimo, se puede reconocer la existencia de una RBIO basada en
un compromiso global con la conducción pacífica de las relaciones y la
resolución de disputas, el respeto a los cánones universalmente acordados del
derecho internacional -incluidos los principios básicos de la Carta de la ONU-
o los procesos mutuamente acordados.
En última
instancia, lo que revela la distinción entre la LIO y la RBIO es que, en el
mundo actual, el orden es plural: no debería hablarse tanto de orden
internacional como de la existencia de órdenes internacionales diferenciados.
Si se establecieran distinciones entre órdenes en diferentes ámbitos políticos,
por ejemplo, se vería que tanto Estados Unidos como China apoyan ciertos
aspectos del orden mundial contemporáneo y rechazan otros. Ninguna de las dos
es una potencia totalmente partidaria del statu quo, pero tampoco tiene una
agenda puramente revisionista.
La UE, por
su parte, se ha beneficiado enormemente de un statu quo en el que un mundo en
gran medida unipolar, combinado con una sólida garantía de seguridad
estadounidense, negaba la necesidad de luchar con la idea de un cambio
fundamental en la sustancia del orden internacional. Aunque ahora debe debatir
hasta qué punto puede (o incluso debe) adoptar el "lenguaje del
poder", esto ayuda a explicar por qué la UE -al contrario que otros actores
principales- sigue defendiendo tanto la LIO como la RBIO. Esta postura europea
se deriva no sólo de la naturaleza del sistema interno de la UE y de los
compromisos que sustentan sus tratados, sino también de la evolución de la
competencia entre grandes potencias.
LA
INTERSECCIÓN DE NORMAS Y GEOPOLÍTICA - Y SUS IMPLICACIONES PARA EUROPA
En el
ámbito normativo, estamos asistiendo a una fragmentación del orden o, dicho de
otro modo, a una "desuniversalización" de las normas. En lugar de un
orden mundial único y global al que todos los Estados rindan pleitesía, una
economía mundial integrada y unas instituciones mundiales proporcionan
simplemente un marco en el que los Estados litigan sobre la forma del orden
internacional y se disputan sus visiones normativas (posiblemente
contradictorias).
En cambio,
en el ámbito geopolítico observamos el fenómeno contrario. Si bien es indudable
que los escenarios regionales han ganado en importancia, ofreciendo a los
actores más pequeños la oportunidad de configurar el orden internacional junto
a las grandes potencias, estos escenarios se integran cada vez más en un
sistema común en el que actores de distintas regiones figuran en las
percepciones de seguridad de los demás.
Este doble
proceso de integración y desintegración simultáneas plantea la cuestión de cómo
conceptualizar los vínculos entre estas megarregiones y los distintos órdenes.
Dada la
probable implicación de China (y quizá de India) en la mediación de un alto el
fuego y su contribución a la reconstrucción de Ucrania, junto con la
cooperación de Japón en Ucrania con sus socios occidentales a través del G7,
los cálculos estratégicos entre las potencias de la megarregión Indo-Pacífico
están influyendo en los acontecimientos en Europa. Pero en términos de dinámica
de seguridad dura, el vínculo más directo (o la falta del mismo) que afecta al
futuro del orden europeo reside en la naturaleza de la relación entre los
espacios europeo y euroasiático.
Desde el
regreso de Putin al Kremlin y su presentación de Rusia como un país
decididamente no occidental y no liberal, se ha hecho común afirmar que Rusia
estaba "abandonando" Europa. Dado que el orden político y económico
en el continente europeo desde el Tratado de Maastricht se ha basado en la
centralidad del sistema de la UE, con otros Estados que persiguen mayores o
menores grados de alineación con las normas y estándares de la UE, desafiar
esas normas abierta y descaradamente era aparentemente negar la propia
europeidad.
El
posterior discurso ruso de la "Gran Eurasia" puso aún más de relieve
la noción de que Moscú ya no pretendía volver a unirse a Europa, como era su
ambición inicial tras el final de la Guerra Fría, sino crear un nuevo espacio
geopolítico. Este espacio euroasiático estaría dirigido por Rusia, centrado en
la región postsoviética y encarnado por organizaciones como la Unión Económica
Euroasiática (UEEA) y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva
(OTSC), o bien adoptaría la forma de un sistema euroasiático policéntrico más
amplio, aunque sin especificar, desde Lisboa hasta Shangai, en cuyo núcleo
Rusia actuaría como puente entre Oriente y Occidente. Los esfuerzos por tender
un puente entre las visiones rusa y bruselense del orden continental mediante
algún tipo de vínculos intersticiales entre la UE y la UEEA fracasaron, tanto
por el componente de unión aduanera de la UEEA como por la insistencia efectiva
de la UE en que Ucrania se enfrentaba a una elección binaria entre Oriente y
Occidente.
Pero se
defina o no Europa en el sentido expansivo de Lisboa a Vladivostok, el colapso
de las relaciones entre Rusia y Occidente no presagia el fin de la necesidad de
concebir las regiones europea y euroasiática como un único espacio. Por un
lado, sigue habiendo Estados postsoviéticos que desean entablar relaciones con
la UE y no quieren verse relegados por completo al corazón de Eurasia.
Además, el
elemento "pan-turco" de la política exterior de Turquía ha ido
adquiriendo cada vez más relevancia en los últimos años, ofreciendo la
perspectiva de unas relaciones estratégicas más profundas entre Turquía,
miembro de la OTAN, y Kazajstán, miembro de la OTSC. Incluso cuando se trata de
dos alianzas militares adversarias, los puentes no están del todo ausentes.
Turquía y Serbia, además de los Estados del Cáucaso Sur, destacan por su deseo
de mantener relaciones tanto con Rusia como con Occidente.
Sin
embargo, aunque los espacios de seguridad europeo y euroasiático son
geográficamente adyacentes, forjar una concepción de un espacio único entre
ellos resulta más difícil si se tiene en cuenta el marco de referencia
LIO-RBIO. Desde este punto de vista, la UE y Rusia parecen polos opuestos,
incluso en términos relativos.
Estados
Unidos sigue comprometido, al menos por ahora, con una versión revisada de una
LIO centrada en la promoción de normas liberales, la preservación de la
primacía estadounidense en el orden global y el mantenimiento del liderazgo de
Estados Unidos dentro de la estructura de alianzas occidentales. Sin embargo,
en lo que respecta a la RBIO, las numerosas transgresiones de las normas
internacionales por parte de Washington tras la Guerra Fría y su aplicación
selectiva de los discursos normativos sugieren que la actitud de "normas
para ti pero no para mí" sigue operando en cierta medida incluso bajo
administraciones demócratas.
China, por
su parte, es hasta cierto punto el reflejo de Estados Unidos: Pekín rechaza el
hegemonismo y los valores liberales que sustentan la LIO, pero sigue apostando
por el multilateralismo y los mercados abiertos, aunque su adhesión a las
normas también ha sido selectiva, como en sus esfuerzos por crear "hechos
sobre el terreno" en el Mar de China Meridional.
En cuanto
a la UE y Rusia, la división es aún más marcada. La UE sigue siendo la primera
potencia mundial comprometida tanto con la LIO como con la RBIO; Rusia rechaza
decididamente la LIO y, desde su invasión de Ucrania en 2022, ha pisoteado
también las reglas y normas acordadas internacionalmente.
LA UE EN
LA ENCRUCIJADA DE EUROPA Y EURASIA
La UE está
siendo puesta a prueba por las crecientes tensiones geopolíticas en su
vecindad, que plantean desafíos cada vez más asertivos contra la OIER. Por
diseño, Bruselas tiene desventajas intrínsecas en esta contienda.
En
política exterior y de seguridad, la UE es una bestia peculiar. La acción común
sigue dependiendo de la unanimidad entre los Estados miembros, lo que limita cautelosamente
el margen de maniobra de la UE. El apoyo al ejército ucraniano es un ejemplo de
libro de texto de este fenómeno. Hemos observado medidas comunes para
suministrar armas a Kiev a través del Fondo Europeo para la Paz. Pero también
hemos visto a Estados miembros de todo el continente hacer hincapié en sus
propias prioridades -a veces coordinadas, a veces bastante descoordinadas-,
como los debates sobre la procedencia de los planes de adquisición de material
militar.
Como
resultado, la suma de las partes de la UE a veces parece ser menor que todas
ellas juntas. El mosaico de decisiones de la UE puede acelerarse a veces por
las crisis, pero en circunstancias normales es un procedimiento que lleva
bastante tiempo. Y si la guerra en Ucrania se convierte en la nueva normalidad
y la fase más caliente de las hostilidades llega a parecerse a meros rescoldos,
la atmósfera de crisis que a menudo se necesita para una toma de decisiones
audaz puede acabar desvaneciéndose.
Además,
aunque el doble compromiso de la UE con la LIO y la RBIO constituye un elemento
central tanto de su funcionamiento interno como de su compromiso internacional,
en los últimos años se han producido algunas fisuras en este panorama, sobre
todo en lo que se refiere a la trayectoria política interna de Estados miembros
como Polonia o Hungría. La aparente hipocresía o el doble rasero contribuyen a
erosionar el atractivo global de la LIO, al tiempo que ponen en entredicho la
capacidad de la UE para impulsar su particular interpretación de la RBIO.
La UE y
sus Estados miembros se enfrentan hoy a un desafío geopolítico y normativo en
su vecindad. La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha provocado una rápida
desintegración del espacio de la Organización para la Seguridad y la
Cooperación en Europa (OSCE) en diferentes grados de contestación. Este
descarado desprecio por las normas y principios previamente acordados, unido a
la erosión de varios acuerdos de control de armamento destinados a aumentar la
confianza y la previsibilidad en el espacio de seguridad euroatlántico más
amplio, ha puesto en entredicho la propia noción de que sigue existiendo una
arquitectura de seguridad europea.
Las
repercusiones de la guerra han provocado un fortalecimiento de la OTAN y una
disminución de la capacidad rusa para ordenar partes de su "extranjero
próximo", lo que ha llevado a otros actores a intervenir, como Turquía en
el Cáucaso o China en Asia Central. El comercio en el espacio euroasiático
-entre la UE y China- también se ha vuelto más engorroso al sacar de la
ecuación la enorme masa continental de Rusia y obligar a recalibrar las rutas
comerciales.
Así pues,
para la UE, la dinámica de integración de los teatros geopolíticos de Eurasia e
Indo-Pacífico ha planteado tres cuestiones.
En primer
lugar, ¿dispone la UE de una caja de herramientas para su vecindad inmediata
adecuada para gestionar los conflictos geopolíticos y normativos inherentes al
mundo multipolar actual? Las ofertas de ampliación e integración siguen
basándose en la lógica de la adhesión de los países a las normas europeas, ya
que supuestamente les mueve su propio interés por acceder a este atractivo
bloque. Por tanto, según esta lógica, es probable que estén dispuestos a
someterse a un tedioso proceso de escrutinio y a renunciar a partes sustanciales
del ejercicio de su soberanía.
La agenda
de ampliación de la UE presenta sin duda la forma más desarrollada de
proyección de poder normativo y recientemente ha cobrado un nuevo impulso en
Ucrania, Moldavia y los Balcanes Occidentales. Estos últimos acontecimientos,
unidos a la integración de facto de Ucrania en la comunidad política y de
seguridad occidental, demuestran hasta qué punto la propuesta normativa de
Rusia ha fracasado en gran medida, incluso en su esfera histórica de influencia
geopolítica y cultural.
No
obstante, la probable creciente influencia de China en los asuntos europeos, la
continua determinación (y, por ahora, capacidad) de Rusia para hacer la guerra
y el pluralismo normativo inherente a la penetración de Eurasia en el espacio
europeo plantean interrogantes sobre si la agenda de ampliación de la UE por sí
sola puede llenar el abismo dejado por el colapso del orden de seguridad
europeo. También es demasiado pronto para calibrar el impacto de los recientes
movimientos más "geopolíticos" (menos estrictamente definidos) de la
UE, como la ayuda militar colectiva a Ucrania y sus esfuerzos por reducir su
dependencia de la energía rusa, en su capacidad para configurar el sistema de
seguridad paneuropeo de acuerdo con sus preferencias. En pocas palabras, el
papel reforzado de la UE dentro de Europa no debería animar a Bruselas y a las
capitales de los Estados miembros a dormirse en los laureles.
En segundo
lugar, ¿qué puede ofrecer la UE a escala global para competir en un mundo
normativamente plural y animar a otros actores a alinearse con los objetivos de
la UE? Para sorpresa de muchos en Europa, las principales potencias no
occidentales, incluidas muchas de las principales democracias, han optado por
mantenerse al margen de la guerra y están tratando de cubrir sus apuestas. Las
que han optado por presentar planes de paz, como el plan africano de diez
puntos y la propuesta indonesia, han tendido a hacer hincapié en la necesidad
de desescalada por encima de la justicia.
Dada la
creciente relevancia de estos planes desde diversos rincones del "Sur
Global" para la guerra en Ucrania, esta cuestión es importante no sólo
para la posición global de la UE, sino también para el futuro del orden de
seguridad europeo. Las normas universales -como las de la Carta de las Naciones
Unidas, desarrolladas posteriormente y consagradas en los documentos de la
OSCE- se ven cada vez más desafiadas en el espacio de seguridad
euroeuroasiático. Y aunque los recientes acontecimientos pueden haber dado un
impulso a la capacidad de la UE para establecer normas en Europa, sigue siendo
incierto hasta qué punto podrá llevar a cabo plenamente su visión en ausencia
de apoyo mundial. Aunque gran parte del continente pueda integrarse más
estrechamente, estos acontecimientos amenazan con convertir los principios
básicos del orden de seguridad regional más amplio en aspiraciones, en el mejor
de los casos, no muy diferentes de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos.
En tercer
lugar, ¿hasta qué punto puede actuar la UE de forma autónoma respecto a Estados
Unidos? La guerra ha puesto de relieve una vez más la dependencia de la
seguridad europea respecto a EEUU. Ello conlleva expectativas implícitas, y a
veces explícitas, por parte de Estados Unidos de una postura europea más firme
hacia China en la línea de la política estadounidense. La capacidad de la UE
para tratar de forma diferente Eurasia y el Indo-Pacífico y, por tanto, abordar
los desafíos de Rusia y China por separado, como preferirían algunos Estados
miembros, choca ahora con una dinámica de integración de los espacios europeo,
euroasiático e indo-pacífico respaldada por Estados Unidos.
Así, el
teatro euroasiático parece haberse convertido en un laboratorio clave para el
nuevo orden de conceptos contrapuestos, espacios de integración solapados y
mecanismos poco claros sobre cómo abordar las inevitables tensiones entre
pretensiones antagónicas.
TRES
RECOMENDACIONES
En el
frente normativo, es poco probable que la tarea de construir un orden estable
en un mundo cultural y políticamente diverso se logre mediante un compromiso
renovado con la LIO, dados sus fundamentos hegemónicos e ideológicos. Y a
escala continental, aunque el modelo de la LIO puede proporcionar las
condiciones políticas necesarias para ampliar la esfera de influencia de la UE,
la lección de la posguerra fría es que esta esfera no podrá abarcar plenamente
a Rusia.
El
planteamiento actual de la UE se ha basado más bien en enfrentarse al modelo
normativo ruso, en lugar de integrar a Rusia en algún tipo de espacio
paneuropeo común. De hecho, aunque no existe una estrategia actual sobre cómo
tratar con una Rusia post-Putin, es difícil imaginar que el país encuentre un
lugar en la OTAN o en la UE, incluso si finalmente pivota de nuevo hacia Occidente
y se vuelve relativamente más abierto y democrático.
Desde el
punto de vista geográfico, en el Indo-Pacífico, la restricción estructural que
supone la relación entre Estados Unidos y China determinará en gran medida el
margen de maniobra de la UE en un futuro próximo. Sin embargo, la situación en
el escenario euroeuroasiático es potencialmente más volátil. Aunque la
estructura de liderazgo estadounidense de la alianza transatlántica ha vuelto a
quedar patente en el transcurso de la guerra, muchas cosas pueden cambiar si
llega al poder un nuevo presidente estadounidense. Además, un continente
europeo con una OTAN reforzada y una Rusia cada vez más nacionalista y
revanchista corre el riesgo de convertirse en la receta para otro conflicto
poco después de que se asiente el polvo de la actual fase de hostilidades en
Ucrania.
Sencillamente,
esperar - posiblemente durante décadas - a que Rusia se transforme antes de
embarcarse en la tarea de salvar lo que queda de la RBIO que conecta Europa y
Eurasia no es una opción. Aunque las relaciones no se repararán de la noche a
la mañana y actualmente no se dan las condiciones para reafirmar (o
reconstituir) los principios básicos que sustentan el orden continental, la UE
puede tomar tres medidas relativamente inmediatas para evitar que se
materialicen los peores escenarios.
En primer
lugar, la OSCE, que reúne a 57 países participantes, corre el riesgo de entrar
en 2024 sin presidencia ni presupuesto. La UE estaría mal posicionada para
abogar de forma creíble por una OSCE mundial reforzada si la propia Europa se
convierte en un continente raro sin una OSCE propia que funcione de forma
inclusiva y panregional.
El colapso
de la OSCE no sólo eliminaría la última gran institución regional que une a
Rusia y al resto de Europa, sino que también pondría a los países de Asia
Central en una posición más difícil, al quitarles un foro en el que pueden
navegar entre los espacios europeo y euroasiático.
Si la
presidencia de Estonia no prospera, los Estados miembros de la UE deberían
estar dispuestos a apoyar a un candidato de compromiso que tenga vínculos tanto
con Europa como con Eurasia. Kazajstán constituye una opción natural, pues
ofrece a la UE la oportunidad de aprovechar su asociación estratégica con
Astana, recientemente activada. En consulta con Ottawa y Washington, también
deberían acordar comprometer fondos de emergencia para mantener a flote el
organismo en caso necesario y considerar la institucionalización de fondos para
el presupuesto de la OSCE en el próximo Marco Financiero Plurianual. Aunque los
Estados miembros ya aportan más de dos tercios del presupuesto principal de la
organización, una medida de este tipo demostraría el compromiso colectivo de la
UE con la defensa de una RBIO continental que se extienda más allá de sus
propias fronteras, una necesidad dada la ya inevitable intersección entre el
espacio europeo y la plural megarregión euroasiática.
El sueño
inicial de Rusia tras la Guerra Fría de un orden de seguridad paneuropeo
centrado en la OSCE se ha visto frustrado. En su lugar, las actividades del
organismo se han centrado cada vez más en su "cesta" humanitaria,
centrada en gran parte en los Estados postsoviéticos. A medida que la OTAN y la
UE se ampliaban para incluir a Europa Central, Moscú se convencía cada vez más
de que la OSCE se había convertido en una institución de segundo nivel para
países supuestamente de segunda categoría, lo que le daba un incentivo para
impedir su funcionamiento en lugar de reforzar sus capacidades.
Sin
embargo, es precisamente debido a la naturaleza pluralista de la megarregión
euroasiática y a la propia necesidad de la UE de navegar por ella a través del
marco normativo por lo que Bruselas debería seguir invirtiendo en la
supervivencia de la OSCE, por imperfecta que pueda llegar a ser la institución.
Las recientes conclusiones del Consejo Europeo han articulado de forma
encomiable el compromiso continuado de la UE con la OSCE, pero todavía no se ha
reconocido explícitamente que, para sobrevivir como organismo en el que los
Estados puedan gestionar las crisis y debatir los retos de seguridad en el
continente, puede que el enfoque de facto de la organización tenga que
reducirse, aunque sus actividades de mayor alcance no se vacíen por completo.
En
resumen, una OSCE que se parezca a la Conferencia sobre la Seguridad y la
Cooperación en Europa (CSCE) de décadas anteriores es mejor que ninguna OSCE.
La agenda política más ambiciosa de la OSCE es en parte producto de la era de
la occidentalización de Rusia, una era que ya ha pasado. Para seguir siendo
resistentes, las instituciones internacionales deben adaptarse a las
circunstancias cambiantes. Y, en cualquier caso, sigue habiendo muchos otros
formatos a través de los cuales los Estados miembros de la UE pueden llevar a
cabo su agenda normativa.
En segundo
lugar, la arquitectura paneuropea de control de armamentos está ahora en ruinas
tras las retiradas estadounidense y rusa del Tratado de Cielos Abiertos, la
desaparición del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF),
la suspensión por parte de Rusia de su participación en el Nuevo START y su
retirada formal del Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa
(FACE). Estos regímenes no resucitarán de la noche a la mañana. Sin embargo, en
un intento de demostrar que conserva una apariencia de independencia del Kremlin,
Bielorrusia ha seguido participando activamente en los regímenes supervivientes
y probablemente seguirá siendo miembro del Tratado FACE.
Dejando a
un lado la postura de la UE sobre la legitimidad política de Alexander
Lukashenko, la continua participación de Minsk en el control de armamentos,
combinada con la entrega de armas nucleares tácticas rusas a Bielorrusia, crea
un caso plausible para que ciertos funcionarios europeos, empezando a nivel de
los Estados miembros, entablen un diálogo con Minsk como cuestión de seguridad
continental -aunque sólo sea discretamente al principio. Este diálogo podría
servir de base para incubar ideas sobre hasta qué punto una futura arquitectura
continental de control de armamentos debería basarse en mecanismos existentes o
nuevos. Con el tiempo, los Estados miembros podrían designar a personas en el
Servicio Europeo de Acción Exterior para llevar adelante este proceso si
empieza a mostrar signos de progreso, garantizando que las perspectivas
intercambiadas reflejen los intereses de seguridad de la UE27 en su conjunto.
Dado el
grado de cercanía entre Minsk y Moscú, las ideas debatidas podrían acabar
filtrándose también en la élite rusa, preservando así un canal de retorno a
través del cual se pueda dar impulso a un renovado control de armamentos,
además de atenuar la falta de información y el sesgo de confirmación que
actualmente exacerban el dilema de seguridad entre Rusia y Occidente. Conviene
recordar que aunque Rusia se ha retirado de varios regímenes de control de
armamentos a medida que se deterioraban sus relaciones con Occidente, Moscú no
ha rechazado la utilidad del control de armamentos en principio. Bielorrusia
estaría encantada de tener la oportunidad de entablar un diálogo de este tipo y
recuperar mínimamente el estatus de puente Este-Oeste que mantuvo hasta las
protestas de 2020. Rusia, por su parte, tendría poco que temer, dado el grado
actual de dependencia bielorrusa del Kremlin y el hecho de que el
reconocimiento político de Lukashenko por parte de la UE no estaría
necesariamente próximo. Por último, aunque el propósito de la recién creada
Comunidad Política Europea (CPE) es ostensiblemente construir una plataforma
para la cooperación paneuropea sin Rusia, en este momento sigue sin estar claro
hasta qué punto esa justificación de su existencia seguirá manifestándose una
vez que haya pasado la fase más caliente de la guerra. Sin embargo, una vez que
la estructura y el enfoque del organismo se hayan consolidado, los líderes del
EPC deberían debatir un posible calendario y las condiciones en las que Rusia
podría ser admitida como participante. Esto podría ocurrir en una cumbre del
CPE en un país no perteneciente a la UE ni a la OTAN, como Serbia o Suiza, en
2025, coincidiendo con el quincuagésimo aniversario del Acta Final de Helsinki.
Aunque es posible que no se alcance un consenso entre todos los Estados
participantes, el mero hecho de deliberar sobre este tema podría dar lugar a
ciertas ideas que con el tiempo podrían resultar útiles y/o realizables.
CONCLUSIONES
Las
medidas esbozadas anteriormente no tendrán éxito allí donde todas las partes
han fracasado durante las últimas tres décadas, es decir, en la creación de un
orden de seguridad paneuropeo que Moscú tenga interés en mantener en lugar de
socavar. Sin embargo, ofrecen preservar o crear plataformas y vías para la
cooperación política o el diálogo que pueden reforzar la idea de una RBIO
continental. También ofrecen a la UE la oportunidad de actuar de forma autónoma
en la persecución de objetivos colectivos, de desarrollar una caja de
herramientas de mayor alcance para abordar los retos de seguridad en su
vecindad y de reforzar su imagen en el mundo como actor comprometido con una
construcción de la seguridad inclusiva y basada en normas.
Con toda
Europa al oeste de Rusia (salvo Bielorrusia) inmersa ahora en algún tipo de
proceso de integración con la UE, resulta ciertamente tentador reforzar el
carácter bruselense del orden normativo del continente, como se ha visto en los
debates sobre cómo reforzar la credibilidad de la agenda de ampliación para
Ucrania, Moldavia y los Balcanes Occidentales, y cómo podría complementar este
proceso el naciente CPE. Sin embargo, esto no es más que una cara de la moneda
política que los líderes de la UE deben tener en cuenta. Puede que Occidente y
Rusia no operen un sistema de seguridad compartido en Europa, pero esto no
obvia la necesidad de considerar la naturaleza integrada de la dinámica de
seguridad en el espacio paneuropeo. En un mundo de megarregiones, Europa
seguirá entrelazada con Eurasia independientemente del grado de operatividad de
las normas acordadas. La cuestión es si las conexiones entre estos dos espacios
preservarán un mínimo de orden. A nivel mundial, la expansión de la LIO se ha
detenido y la RBIO se encuentra en transición, aunque demuestre elementos de
flexibilidad y resistencia. Pero en la coyuntura de Europa y Eurasia, tanto el
futuro de la LIO como el de la RBIO son profundamente inciertos.
Tanto a corto como a largo plazo, la UE no puede permitirse ignorar este reto.
First published in :
El Dr. Zachary Paikin es Investigador de Política Exterior de la UE en el Centro de Estudios Políticos Europeos de Bruselas.
Christos Katsioulis es Director de la Oficina Regional para la Cooperación y la Paz en Europa de la Friedrich-Ebert-Stiftung (Viena).
Unlock articles by signing up or logging in.
Become a member for unrestricted reading!