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Diplomacy

Uniéndose a Occidente

Bandera turca junto a las banderas de Finlandia y Suecia Concepto de conflicto político entre un miembro del Pacto del Atlántico Norte y candidatos que aspiran a unirse

Image Source : Shutterstock

by Lily Lynch

First Published in: Jun.16,2022

Apr.12, 2023

Una cita famosa de Desmond Tutu (“si eres neutral ante las injusticias, has elegido el lado del opresor”) ha sido usada y abusada desde la invasión rusa a Ucrania. En muchos foros se ha utilizado para recriminar a países para que abandonen su neutralidad y se unan a la OTAN. Sin importar que el opresor al que Tutu se refería era la segregación racial en Sudáfrica, un régimen activamente apoyado por la alianza militar del Atlántico. Tanto en Rusia como en Occidente, la situación actual está caracterizada por una amnesia reforzada constantemente.

 

El mes pasado, Finlandia y Suecia optaron por prescindir de las políticas de neutralidad que habían mantenido hasta ahora. Ambos países entregaron sus aplicaciones para unirse a la OTAN, en un movimiento que se describió como histórico. Finlandia se ha mantenido neutral desde su derrota a manos de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, cuando firmó el “Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua” con los soviéticos en 1948. Suecia, por su lado, luchó en numerosas batallas con Rusia entre los siglos XVI y XVIII, pero logró mantenerse fuera de cualquier otro conflicto luego de 1814. Unirse a la OTAN desecha una tradición con un siglo de antigüedad que ha pasado a definir la identidad nacional de este país.

 

La cobertura periodística acerca de los esfuerzos hechos por la entrada a la OTAN ha sido eufórica. Mientras que en Suecia se ha presenciado un debate limitado, pero aun así agitado; en Finlandia, ha habido poco espacio para el público en desacuerdo. A principios del mes pasado, la portada del periódico finlandés más leído en el país, Helsingin Sanomat, incluyó una ilustración de dos figuras azul y blancas (los colores de la bandera finlandesa) remando en un drakkar vikingo hacia un horizonte iluminado, en donde la estrella de cuatro puntas de la OTAN se ve alzándose como el sol. El barco de madera se presenta dejando atrás una enorme estructura oscura que está decorada con una estrella roja. El simbolismo no podría ser más claro. O quizás sí podría. Hace varias semanas, la versión online del diario sueco Dagens Nyheter incluyó una animación pop up del emblema de la OTAN transformándose en un signo de paz.

Cuestionando el apoyo unánime por la unión a la OTAN

En este entorno mediático, quizá no es sorprendente que el apoyo a la membresía de la OTAN es alto: cerca del 60 por ciento en Suecia y el 75 por ciento en Finlandia. Pero una mirada más de cerca a los sectores demográficos revelan grietas en la narrativa pro-OTAN. Para la prensa Atlantista, “la pregunta de la OTAN” representa un cambio generacional, con una población joven que supuestamente está ansiosa por unirse a pesar de los deseos de sus padres quienes, nos dicen, están casados con una postura anticuada de no alineamiento proveniente de la Guerra Fría. “Habiéndose opuesto firmemente a cualquier acción relacionada a la OTAN hace tan solo unas semanas”, escribió el anterior primer ministro sueco convertido en seguidor liberar de think tank, Carl Bildt, la clase política “enfrentará ahora una competencia entre la generación mayor y los jóvenes que ven el mundo con nuevos ojos”.

 

Sin embargo, la realidad es lo opuesto: el grupo demográfico que se opone mayormente a la membresía de la OTAN en Suecia son los hombres jóvenes, con edades entre 18 y 19. Y no es de extrañarse. Ellos son la parte de la población que sería llamada a unirse a cualquier incursión militar futura. Contrariamente a lo que se asume de que la agresión rusa ha impactado a los suecos al punto del apoyo unánime a la alianza, la oposición parece estar en aumento. El 23 de marzo, 44 por ciento de los jóvenes que fueron encuestados estaban a favor de la OTAN, mientras que 21 por ciento estaban en contra. A mitad de mayo, 43 por ciento estuvieron a favor y 32 por ciento en contra: un incremento de dos dígitos. Apoyo por la membresía aumenta con cada rango de edad, con la población mayor estando a favor de manera incondicional. Las últimas encuestas en Finlandia cuentan una historia similar. Encuestas hechas por el periódico Helsingin Sanomat describen al típico simpatizante de la OTAN como un hombre educado, de mediana edad, trabajando en una posición de gerencia, ganando al menos €85 000 al año y partidario de la derecha política, mientras que el típico escéptico tiene menos de 30 años, es un trabajador o estudiante, ganando menos de €20 000 al año y partidario de la izquierda política.

Valorando a líderes empresariales por encima del público general

Algunos de los fervientes defensores de la membresía de la OTAN se pueden encontrar entre los líderes empresariales en Suecia y Finlandia. En abril, el presidente finlandés, Sauli Niinistö, sostuvo una “reunión secreta de la OTAN” en Helsinki. Entre los asistentes estuvieron el ministro de Finanzas sueco Mikael Damberg, oficiales de alto rango e individuos influyentes en las comunidades de negocios suecos y finlandeses. Entre los que destacó el billonario e industrialista sueco Jacob Wallenberg, cuya familia posee propiedades que llegan hasta un tercio de la Bolsa de valores de Estocolmo. Wallenberg ha sido el simpatizante más entusiasta de entre los ejecutivos suecos. Es un participante habitual en las conferencias de Bilderberg, un grupo élite dedicado a difundir el evangelio del atlantismo y el libre mercado. En las semanas previas a la decisión de Suecia de aplicar a la OTAN, el periódico Financial Times predijo que la postura de la dinastía Wallenberg en cuanto a la unión de Suecia “influenciaría grandemente” a los socialdemócratas en el poder, sobre los cuales se piensa que tiene dominio considerable.

 

En la cumbre de Helsinki, oficiales del gobierno sueco fueron advertidos de que su país se volvería menos atractivo para capital extranjero si se mantenía como “el único Estado en el norte de Europa fuera de la OTAN”. Esto, junto a la persuasión significativa de Finlandia, fue uno de los factores decisivos que llevó al ministro de Defensa Peter Hultqvist a cambiar de rumbo y unirse a la alianza. El tabloide sueco Expressen reportó que la reunión sugirió que la comunidad empresarial ejerce mucho más poder sobre decisiones en política exterior de lo que se pensaba anteriormente. No es difícil ver por qué los empresarios están tan comprometidos con esto. El gigante de defensa sueco Saab está esperando grandes ganancias con la entrada a la OTAN. Esta compañía, cuyo accionista mayor es la familia Wallenberg, ha visto su cotización en bolsa casi duplicada desde el comienzo de la invasión rusa. El director ejecutivo Micael Johansson ha declarado que la entrada de Suecia a la OTAN abrirá nuevas posibilidades para Saab en las áreas de defensa contra misiles y vigilancia. La compañía anticipa grandes ganancias a medida que los países Europeos aumente su inversión en defensa, y reportes del primer cuarto de año revelan que las ganancias operativas han aumentado un 10 por ciento a lo largo del último año, llegando a 32 millones de dólares.

 

La influencia considerable de los líderes empresariales en el asunto de la OTAN contrasta con la del público en general. A pesar de que Suecia ha celebrado referendos para cualquier gran decisión en historia reciente, como la entrada a la Unión Europea o la adopción del euro, no consultará con sus ciudadanos acerca de la entrada a la OTAN. La política más destacada que ha llamado al voto es la líder del Partido de la Izquierda Nooshi Dadgostar, pero sus peticiones han sido completamente rechazadas. El gobierno, temiendo que la entrada a la OTAN podría ser rechazada en votación cuando la histeria de guerra pase, ha decidido, en su lugar, usar un acercamiento al estilo “doctrina del shock”, imponiendo la política mientras Ucrania sigue en los titulares y el público sigue asustado. También han declarado que un referendo requiere una organización exhaustiva y no podría celebrarse hasta luego de varios meses. Esto implica que el asunto de la entrada a la OTAN aparecería durante las campañas de elección en septiembre: un escenario que los socialdemócratas están decididos a evitar.

 

En Finlandia, sin embargo, hay poca oposición popular a la OTAN. El asunto se ha teñido por un sentimiento nacionalista, y los oponentes a la membresía de la OTAN son acusados de no preocuparse por la seguridad de su país. El parlamento votó casi unánimemente en favor de la membresía el mes pasado, con 188 a favor y solo ocho en contra. De esos ocho, uno era del partido populista de derecha, el Partido de los Finlandeses, otro era un antiguo miembro del mismo grupo, y los seis restantes eran de la Alianza de la Izquierda. Sin embargo, los otros diez miembros de parlamento pertenecientes a la Alianza de la Izquierda votaron a favor. Uno de los representantes del partido llegó incluso a proponer una nueva legislación que criminalizaría los intentos de influenciar la opinión pública en favor de un poder extranjero: un precedente que, en teoría, podría dejar a los críticos de la OTAN expuestos a persecución.

¿Activistas kurdos o entrada a la OTAN?

Recep Tayyip Erdoğan ha desacelerado un poco su ímpetu vertiginoso. Llamando a Finlandia y Suecia “incubadoras” para el terrorismo kurdo, el presidente turco ha jurado bloquear el acceso de los dos países nórdicos a la OTAN hasta que satisfagan sus demandas. (La alianza requiere aprobación unánime de parte de todos los estados miembros para que un país nuevo pueda unirse). Erdoğan ha condenado a Finlandia y Suecia por su negativa a extraditar a 33 miembros del PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán) y el movimiento de Gülen, acusando a este último de un intento de golpe de Estado violento en 2016. También ha demandado que Suecia levante un embargo de armas que impuso en respuesta a las incursiones de Turquía en Siria en 2019.

 

El problema con las unidades kurdas ha tenido una presencia impresionante en la política sueca. Cuando los socialdemócratas perdieron su mayoría de puestos en el parlamento el año pasado, la primera ministra, Magdalena Andersson, fue forzada a negociar directamente con un miembro kurdo del parlamento y ex-luchadora de Peshmerga llamado Amineh Kakabaveh, cuyo voto decidiría el futuro del gobierno. A cambio de mantenerlos a flote, Kakabaveh demandó que Suecia prestara su apoyo a YPG (Unidades de Protección Popular) en Siria, y los socialdemócratas accedieron. Ahora, apenas el mes pasado, Kakabaveh ha amonestado Andersson por “rendirse” ante Erdoğan y ha amenazado con retirar su apoyo al gobierno. Puede que los socialdemócratas hayan logrado evitar hacer de las elecciones de otoño un referendo extraoficial acerca de la entrada a la OTAN, pero su gobierno sigue extremadamente débil, y tendrá que enfrentar intenso escrutinio en los meses venideros. Muchos temen que esto los llevará a cerrar un acuerdo con Erdoğan para sacrificar a los activistas kurdos y a los disidentes turcos si él accede a aprobar su aplicación a la OTAN. Mientras tanto, el audaz presidente de Croacia, Zoran Milanović, ha levantado aún otro obstáculo, si bien más pequeño: prometiendo bloquear la entrada de Suecia y Finlandia a menos que la ley electoral de Bosnia y Herzegovina sea cambiada para que los bosnio-croatas estén mejor representados.

Aboliendo instituciones socialistas por un bloque de poder liderado por EE.UU.

Los medios de comunicación, extranjeros y domésticos, han frecuentemente descrito la entrada de Finlandia y Suecia como “unirse al Occidente”, eligiendo un bando en una lucha de civilaciones al estilo de Huntington. Esta retórica no es nada nuevo. Poco antes de que Montenegro se uniera a la alianza en 2017, el presidente de largo mandato, Milo Đukanović, dijo que la división no era “en favor o en contra de la OTAN”, sino que era “civilizacional y cultural”. Aun así, es realmente extraño y revelador el encontrar este mismo autoorientalismo en Escandinavia. Un comentador de la derecha escribió recientemente que con la entrada a la OTAN, Suecia al fin se estaba volviendo un “país occidental normal”. Luego, pausó a considerar si el gobierno aboliría pronto el Systembolaget, que es el monopolio estatal de tiendas de licor. Aquí podemos encontrarle sentido a lo que “unirse a Occidente” realmente significa: atarse a un bloque de poder liderado por EE.UU. y acabar simultáneamente con cualquier institución supuestamente socialista; un proceso que ya ha estado en marcha por décadas.

 

El abandono del principio de neutralidad como una opción moral sigue a la definición cambiante del internacionalismo, especialmente para la izquierda de los países nórdicos. Durante la Guerra Fría, los socialdemócratas suecos expresaron su principio de solidaridad internacional a través de su apoyo para con los movimientos de liberación nacional en el denominado Hemisferio Sur. Nadie encarnó este espíritu mejor que Olof Palme, quien posó en fotos fumando cigarrillos con Fidel Castro, y criticó pública y severamente el bombardeo aéreo de los Estados Unidos en Hanói y Hai Phong, comparándolo con “Guernica y Luno, Oradour-sur-Glane, Babi Yar, Katin, Lídice, Sharpeville y Treblinka”. Durante la separación de Yugoslavia durante los 90, sin embargo, este “internacionalismo activo” fue reconceptualizado como “responsabilidad de proteger” a ciertas víctimas de agresión en países no occidentales. Siguiendo la misma lógica, se espera que los Estados se agrupen en una “alianza de democracias” para enfrentarse a la tiranía y el terrorismo, a través de cambios en régimen cuando sea necesario.

 

Pero la decisión de unirse a la OTAN no solo depende de un discurso vacío de solidaridad, sino que se presenta como un acto vital de interés propio, una respuesta defensiva a la “amenaza rusa”. En el caso de Suecia, se nos pide creer que el país está enfrentando actualmente mayores riesgos de seguridad que durante ambas Guerras Mundiales, y que la única manera de encargarse de este problema es entrando a una alianza militar reforzada. A pesar de que Rusia está supuestamente luchando para hacer avances contra un oponente mucho más débil en Ucrania (incapaz de mantener la capital bajo control, con tropas y suministros desangrándose), se nos dice que esta propone una amenaza inminente a Estocolmo y Helsinki. En medio de tal pánico elaborado, amenazas reales al modo de vida nórdica han pasado a ser ignoradas: el deterioro del estado de bienestar, la privatización y comercialización de la educación, el aumento de la desigualdad y el debilitamiento del sistema de salud universal. Mientras se apresuran a unirse “al Occidente”, los gobiernos ruso y finlandés han mostrado mucha menos urgencia en afrontar estas crisis sociales.


First published in :

The New Left Review’s Blog Sidecar

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Lily Lynch

Lily Lynch es cofundadora y redactora jefe de la revista Balkanist. Estudió en la Universidad de Berkeley y en London School of Economics.


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