La guerra de Rusia contra Ucrania ha apartado la crisis climática de la agenda. Pero necesitamos un alto el fuego y una desmilitarización global para un mundo de 1,5 °C.
La guerra trae muerte y destrucción, y no sólo para el medio ambiente y el clima. La invasión rusa en Ucrania es un deprimente recordatorio de este hecho y aumenta aún más la ya enorme huella mundial de CO2 del sector militar. Además, las ciudades del este de Ucrania en las que se está combatiendo albergan infraestructuras de combustibles fósiles, como fábricas químicas, refinerías de petróleo y minas de carbón, cuyo bombardeo produce un cóctel de sustancias tóxicas que tiene efectos devastadores sobre el medio ambiente. Además, los esfuerzos por armar a los dos bandos consumen materiales y recursos que, de otro modo, podrían destinarse a la lucha contra la crisis climática.
Según el presupuesto mundial de CO2, la humanidad dispone de menos de ocho años para alcanzar su objetivo de calentamiento de 1,5 grados. Para ello, es urgente llevar a cabo reformas en todos los ámbitos, a fin de provocar un "cambio sistémico", tal y como afirma el informe del IPCC de principios de abril. Sin embargo, el sector militar apenas se menciona en este documento de casi 3.000 páginas, ya que la palabra "militar" sólo aparece seis veces. Por lo tanto, se podría concluir que el sector es poco relevante para la emergencia climática.
La realidad es bien distinta. El uso de material militar genera enormes cantidades de emisiones. En la guerra de Ucrania, sólo en las cinco primeras semanas se registraron 36 ataques rusos contra infraestructuras de combustibles fósiles, que provocaron prolongados incendios que liberaron a la atmósfera partículas de hollín, metano y C02, mientras que en el lado ruso también ardieron infraestructuras petrolíferas. Los campos petrolíferos incendiados en 1991 durante la segunda guerra del Golfo contribuyeron en un 2% a las emisiones mundiales de ese año.
Otra es la contaminación de los ecosistemas que secuestran CO2. El personal de inspección medioambiental de Ucrania está recogiendo muestras de agua y suelo en las zonas próximas a las instalaciones industriales bombardeadas.
Emisiones militares
Las consecuencias para el clima pueden ser catastróficas. Según un estudio de la organización Oil Change International, la guerra de Irak fue responsable de 141 millones de toneladas de emisiones equivalentes de C02 entre su estallido en 2003 y la publicación del informe en 2008. A modo de comparación: unos 21 Estados miembros de la UE emitieron menos CO2equivalente en 2019, y sólo seis Estados superaron esa cifra.
La reconstrucción posguerra también produce importantes emisiones. Se calcula que la reconstrucción de Siria generará 22 millones de toneladas de emisiones de CO2. También la reconstrucción de Ucrania consumirá grandes cantidades de recursos. En el Foro Económico Mundial de Davos, el presidente Volodymyr Zelensky declaró que se necesitaban al menos 5.000 millones de dólares estadounidenses al mes para financiar la reconstrucción. Así pues, hay que hacer todo lo posible para lograr un alto el fuego inmediato, tanto por el bien del clima como para evitar más sufrimiento humano.
Las emisiones de las fuerzas armadas y de equipos militares causan considerables daños medioambientales en todo el planeta. Y, sin embargo, cediendo a la presión de Estados Unidos, las emisiones militares de CO2 quedaron excluidas de tratados sobre el clima como del Protocolo de Kioto de 1997 y del Acuerdo de París de 2015. Como resultado, no forman parte de sus acuerdos vinculantes y no se examinan sistemáticamente ni se publican con transparencia. La consiguiente falta de datos significa que sólo podemos hacer vagas estimaciones sobre el impacto del sector militar en el calentamiento global.
Según un estudio de Neta Crawford, codirectora del proyecto Costs of War de la Universidad de Brown, el Ministerio de Defensa estadounidense contribuye por sí solo a la crisis climática más que países individuales como Suecia o Portugal. Esto lo convierte en la mayor fuente institucional de gases de efecto invernadero del mundo. Se calcula que, a escala mundial, el sector militar genera en torno al 6% de todas las emisiones de CO2.
El papel de Alemania
Con su nuevo fondo de 100.000 millones de euros para el ejército, Alemania parece dispuesta a tolerar más impactos climáticos de gran alcance. Esta inversión militar inmovilizará recursos financieros e intelectuales, haciendo muy improbable que pueda alcanzarse el objetivo de 1,5 grados. Es comprensible que los países deseen protegerse mejor frente a una posible agresión rusa. Pero el debate público en torno a esta cuestión debe equilibrar un aumento incierto de la seguridad con una reducción de nuestra capacidad para luchar contra el cambio climático.
El ejército alemán ya era responsable de alrededor de 4,5 millones de toneladas de emisiones equivalentes de CO2 en 2019, significativamente más que los 2,5 millones de toneladas aportadas por la aviación civil dentro de Alemania. Ahora se prevé que esta cifra aumente. Solo uno de los aviones F-35 encargados a Lockheed Martin emite unas 28 toneladas de CO2 equivalente por depósito de combustible. A modo de comparación: la huella media anual de emisiones en Alemania es de 11,2 toneladas per cápita.
Los ingresos procedentes de la venta de combustibles fósiles proporcionan financiación continua para la guerra de agresión de Rusia. Entre el 24 de febrero y el 24 de abril de 2022, las exportaciones de combustibles fósiles del país a través de rutas marítimas y oleoductos tuvieron un valor estimado de 58.000 millones de euros. La UE representa el 70% de ese total, es decir, 39.000 millones de euros, mientras que Alemania es el mayor importador individual de combustibles fósiles rusos, con un valor de 8.300 millones de euros. Nuestra dependencia de los combustibles fósiles es, pues, un factor tanto de la crisis climática como de la invasión de Ucrania.
Y, sin embargo, los representantes de la política y las empresas utilizan la guerra como excusa para retrasar la necesaria transformación socio-ecológica. Mientras las empresas que siguen ancladas en la era de los combustibles fósiles, como BP, Shell y Saudi-Aramco, registran beneficios récord, la crisis climática continúa a buen ritmo.
Puede que Rheinmetall y el jefe de la OTAN, Jens Stoltenberg, defiendan una guerra climáticamente neutra con tanques ecológicos y combustible de hidrógeno, pero sin duda ésta no es la respuesta. Las fuerzas armadas occidentales, expertos en seguridad y fabricantes de armas son muy conscientes del significado del cambio climático, como demuestran las numerosas estrategias de seguridad, declaraciones políticas e informes de sostenibilidad publicados sobre el tema en los últimos años. Estas describen formas de adaptarse a un clima cambiante mientras se garantiza la defensa de doctrinas de crecimiento y hegemonía frente a cualquier resistencia.
Alto el fuego ahora
Junto con la UE y la OTAN, Alemania se prepara para escenarios de guerra, desastres medioambientales y afluencia de refugiados, con el fin de garantizar que su política exterior siga siendo adecuada y sus intereses de seguridad estén protegidos. Un planteamiento cínico, dado que los más afectados, aquellos de los que, según algunos, Alemania necesita protegerse, serán los que menos han contribuido al calentamiento global. Parece aún más absurdo si se tiene en cuenta que la destrucción medioambiental provocada por las inversiones militares y los conflictos relacionados con los recursos contribuirá a calentar aún más el clima.
Al mismo tiempo, se están tomando medidas para reducir la dependencia de los combustibles fósiles. Sin embargo, un informe de Greenpeace publicado el año pasado demuestra que la mayoría de las misiones militares de la UE están vinculadas a la protección de importaciones de petróleo y gas. Se debe poner fin a esta peligrosa relación entre combustibles fósiles, misiones militares y guerra.
Más armas significa más daño al clima, no mayor seguridad. El aumento de los presupuestos de defensa de los países de la OTAN no hará sino convencer a Rusia y China para que aumenten a su vez su inversión militar. Con 2,1 billones de dólares, el gasto mundial en armamento ya ha alcanzado niveles récord.
Mientras continúa la guerra en Ucrania, el mayor reto del siglo XXI, la crisis climática, ha pasado a un segundo plano. No debemos olvidar, sin embargo, que los esfuerzos para hacer frente a esa crisis sólo pueden tener éxito si todos los países -incluida Rusia- trabajan juntos. La demanda inmediata es un alto el fuego, seguido de medidas para fomentar confianza, como tratados internacionales de desarme. Además, Rusia necesitará ayuda exterior si quiere hacer una transición a una industria energética respetuosa con el clima. Lo que hace falta es una transformación socio-ecológica fundamental, en la que la elaboración de políticas esté dictada por las necesidades de todos. Esto puede parecer inconcebible en la actualidad, pero ¿cuál es la alternativa? Un calentamiento global descontrolado sería catastrófico para toda la población del planeta.