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Defense & Security

Conflictividad entre Argelia y Marruecos

Marrueos contra Argelia. Confrontación, conflictos religiosos

Image Source : Shutterstock

by Carlos Echeverría Jesús

First Published in: Apr.29,2024

Jun.10, 2024

La creciente tensión entre Argelia y Marruecos debe analizarse considerando el telón de fondo de la competición geopolítica entre grandes potencias que caracteriza el mundo actual y en el que, sobre todo, Marruecos pugna por situar su conflictividad con su vecino, pero ello sin perder de vista las dinámicas locales y regionales que la caracterizan desde antiguo.

El origen y la evolución de la tensión estratégica entre ambos Estados magrebíes

Desde que Argelia alcanzara la independencia en 1962 – la independencia de Marruecos data de 1956 y fue mucho menos dramática que la argelina –, desde Rabat se ha venido aplicando el concepto de “déficit territorial” también en relación con este vecino árabe, africano y musulmán. Definir el concepto de “déficit territorial” demuestra enseguida que Marruecos es un vecino incómodo para una serie de Estados. Lo fue antes que, para Argelia para Mauritania, pues tardó diez años en reconocerlo como Estado independiente no haciéndolo hasta 1970. Y antes lo había sido en relación con España, pues en 1958, es decir, dos años después de la independencia, logró la retrocesión de Tarfaya. Y en 1969 lograría la de Sidi Ifni. Incluso en relación con Malí, independiente desde 1960, Marruecos empezó enseguida a argumentar sobre los supuestos derechos adquiridos por el poder marroquí, es decir, por la dinastía reinante, basados en viejas rutas caravaneras y los vínculos políticos, religiosos y comerciales que durante siglos permitieron tejer unos contactos que Marruecos querría que tuvieran su reflejo en términos de soberanía sobre territorios que nunca han sido suyos. Pero Argelia es el Estado con el que Marruecos ha venido desarrollando una política reivindicativa más intensa, más incisiva y que ya ha llevado a ambos Estados a dos enfrentamientos armados: en 1963, en la Guerra de las Arenas, y en 1976, con el telón de fondo de la guerra entre marroquíes y mauritanos, por un lado, y con los saharauis, por otro, que había estallado ese mismo año tras la evacuación de las fuerzas españolas. La tensión estratégica entre ambos Estados magrebíes se apoya tanto en el cuestionamiento marroquí de las fronteras de su vecino como en la evolución en el posicionamiento de uno y otro en el tablero regional y mundial.

El cuestionamiento marroquí de las fronteras heredadas

Aunque ambos Estados firmaron, el 15 de junio de 1972, en Rabat, un Tratado de Fronteras, que fue ratificado por Argelia el 17 de mayo de 1973 y por Marruecos el 22 de junio de 1992, es decir, dos décadas después, lo cierto es que los marroquíes no solo remolonearon para ratificarlo sino que, una vez autorizada la ratificación por el Parlamento, Marruecos no dio el paso final de depositar los instrumentos de ratificación en la ONU. Por ello podemos afirmar tanto que el Tratado no está vigente, como también que Marruecos llegó a aceptar en aquellos momentos la frontera heredada, y conviene que esto no se olvide.

El cuestionamiento marroquí de la posibilidad de un Sáhara Occidental independiente

Marruecos rompió relaciones diplomáticas con Argelia en 1976 y no las restablecería hasta 1988. En aquella lejana época, Argelia era el paladín de los movimientos de liberación nacional y bendijo de partida el surgimiento del Frente Polisario en 1973, movimiento empeñado en acelerar la autodeterminación e independencia del entonces aún Sáhara español. Hay que decir que España estaba ya entonces preparando la salida del territorio – elaboración en 1974 de un riguroso censo de cara a la celebración del referéndum de autodeterminación bajo la dirección del coronel Rodríguez de Viguri, dinámica diplomática española en la ONU de la mano del embajador Jaime de Piniés, etc. –, pero todo se aceleraría con el lamentable lanzamiento de la Marcha Verde en el otoño de 1975, que obligó a nuestro país a evacuar el territorio en febrero de 1976 en paralelo a la invasión de nuestra antigua provincia por tropas marroquíes y mauritanas. Ya en 1975 Marruecos mostraba sus habilidades en relación con las estrategias híbridas que no ha dejado de aplicar hasta la actualidad. La guerra perduraría hasta 1988, y en todo ese tiempo encontramos una maniobra diplomática que pone de nuevo a Marruecos en relación con el Tratado de Fronteras de 1972: el rey Hassan II dio a entender en la Cumbre de la Organización para la Unidad Africana (OUA), de Nairobi de 1981, que aceptaba la fórmula del referéndum para definir el estatuto final del territorio, luego se retractaría y ello conduciría a la situación en la que estamos 43 años después, con un Marruecos expansionista que utiliza todo tipo de artimañas de la mano de su hijo Mohamed VI para anexionarse el territorio. Competición entre las dos potencias regionales y sus escenarios africanos Si fue Marruecos quien rompió relaciones diplomáticas con Argelia en 1976, ha sido recientemente Argelia, en agosto de 2021, quien las ha roto con Marruecos. Ambos países llevan con su frontera terrestre, esa que ahora cuestiona Marruecos con renovado ahínco, cerrada desde 1994, indicando con ello que el fondo de las relaciones está estructuralmente viciado y de ahí la preocupación que nos embarga. Los tres escenarios más importantes de tensión entre Argelia y Marruecos en suelo africano son hoy los siguientes: la gestión del futuro de Libia, la creciente influencia marroquí en el Sahel y la abierta competición por la construcción de sendos gasoductos conectados con Nigeria. Y ello con el telón de fondo de una tenaz ofensiva marroquí en el seno de la Unión Africana (UA), la sucesora de la OUA que Marruecos abandonara en 1984 – como protesta por la admisión de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) – y a la que Mohamed VI decidía volver en 2017 para debilitar desde dentro la sólida posición en ella de Argelia. En la gestión diplomática de la evolución de Libia – para intentar sacar a este país magrebí de la caótica situación en la que se viera sumido como efecto de las revueltas árabes y la consiguiente caída de Muammar El Gadaffi en 2011 – son dos ciudades marroquíes – Sjirat y Bouznika – los escenarios elegidos para celebrar sensibles reuniones y lograr supuestos avances. Y ello no hace sino agravar la doble herida que percibe Argelia: la primera, derivada de la injerencia foránea que llevó a la desestabilización de Libia y, con ella, la del Sahel, y, la segunda, el posicionamiento de su rival marroquí en un escenario del Magreb oriental donde Argelia había tenido tradicionalmente una posición privilegiada, posición que enseguida veremos también está perdiendo en el Sahel. Marruecos utiliza además sus ventajas en relación con Libia, entre estas últimas sus sólidas relaciones con miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), también presentes en Libia, así como su peso en círculos multinacionales y, en particular, en la ONU, donde cuando defiende la integridad territorial de Libia introduce también, hábilmente, la coletilla de la “integridad territorial” de Marruecos en relación con el Sáhara Occidental, algo siempre presente en toda dinámica diplomática marroquí. Y ligado al dosier libio está también el dosier saheliano en las iniciativas marroquíes que entran en competición directa con los intereses de Argelia. La política exterior y de seguridad argelina, que en la década de los 2000 puso en pie la Coordinación de Estados Mayores Operacionales Conjuntos (CEMOC), con sede en Tamanrasset, y que en 2015 logró la firma – en mayo y junio de ese año – de los Acuerdos de Argel – considerados desde entonces y hasta tiempos recientes la herramienta clave para lograr la estabilización de Malí –, ha quedado eclipsada por la evolución de los acontecimientos y el aprovechamiento marroquí de sus iniciativas. Aunque la – desde el punto de vista argelino – perniciosa presencia militar occidental en el Sahel Occidental, liderada por Francia, está hoy prácticamente desaparecida, la inestabilidad perdura y los acontecimientos sobrevenidos van dejando en evidencia a Argelia y facilitando que se acelere la penetración marroquí. De los ejemplos que vamos a destacar por ilustrativos, el primero es la deriva de Malí, donde el gobierno golpista que lidera el coronel Assemi Goïta considera “terroristas” a buena parte de los firmantes de los Acuerdos de Argel, los persigue y con ello las relaciones entre Argel y Bamako no hacen sino deteriorarse. En paralelo, la presencia de Marruecos es cada vez más visible, desde la dimensión diplomática y comercial hasta la religiosa. Y el segundo ejemplo es de carácter multilateral: en un escenario complejo en el que los tres golpes de Estado producidos y consolidados – en Malí, Burkina Faso y Níger – han enfriado las relaciones con Occidente y también las de Argelia con esos tres miembros de la subregión del Sahel Occidental, Marruecos lanzaba un órdago con la celebración de la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de Burkina Faso, Chad, Malí y Níger, en Marrakech, el 4 de enero de 2024, convocados por su homólogo marroquí Nasser Burita para reforzar lazos y diseñar el futuro. La competición por los gasoductos enfrenta y lo seguirá haciendo en los próximos años a la iniciativa más veterana, y supuestamente más viable – que colea desde 2009, aunque se ha ido retrasando –, del Gasoducto Transahariano (TSGP) conectando Nigeria con Argelia a través de Níger, con la más novedosa y también compleja, el Gasoducto Nigeria-Marruecos (NMGP), en relación con el cual Rabat está desplegando todas sus herramientas de influencia. El TSGP tiene la ventaja de sus solo 4,300 kilómetros y sus tramos ya realizados tanto en suelo argelino como nigeriano, sus 13,000 millones de dólares de esfuerzo financiero necesario y la posibilidad de que esté operativo entre 2027 y 2030. Su principal pega es tener que atravesar el volátil escenario de Níger. El NMGP es, por supuesto, más largo y más caro, al tener que desplegarse por las aguas de catorce Estados y estar estimado su coste en más de 25,000 millones de dólares, y ello además de que se estima que costará alrededor de dos décadas ponerlo en servicio. Pero Marruecos intenta, en su esfuerzo de seducción, atraerse a importantes valedores internacionales, árabes y occidentales, así como a la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), diseña atractivos escenarios de “cooperación atlántica” – Mohamed VI lo calificaba en su discurso del 48º Aniversario de la Marcha Verde, el 6 de noviembre de 2023, de “herramienta de desarrollo de la banda atlántica de África” – y, por supuesto, incluye el territorio del Sáhara Occidental como una de las etapas importantes del mismo. Con esto último trata de consolidar en la región y en el mundo la imagen de un siempre próspero y cargado de potencialidades “Sáhara marroquí”. Si el TSGP puede ser un vínculo que prometa abastecimiento energético a Níger y a los otros países del Sahel Occidental, Marruecos ya ha transmitido a esos mismos Estados que con el NMGP sus necesidades energéticas e incluso el acceso al Atlántico de estos Estados enclavados se verán satisfechos. Y finalmente, el reposicionamiento diplomático marroquí en la UA agudiza también la tensión con Argelia, acostumbrada esta última a una posición cómoda durante más de tres décadas de ausencia de su adversario marroquí de la organización continental. Argelia ha perdido algunas posiciones claves ocupadas por sus diplomáticos en la orgánica de paz y de seguridad de la organización, y tiene que estar muy atenta a filigranas como el intento marroquí y de otros países africanos de aceptar a Israel como Estado observador en la UA. Liderada la iniciativa en julio de 2021 por el presidente de la Comisión de la UA, Moussa Faki, el esfuerzo combinado argelino-surafricano evitó en Addis Abeba que llegara a producirse. Después de aquello y hasta la actualidad, los esfuerzos de Marruecos para debilitar la posición de la RASD como miembro de pleno derecho de la organización siguen siendo constantes.

Pugna liderada por Marruecos en un tablero internacional caracterizado por la competición geopolítica entre grandes potencias

Durante la Guerra Fría, Marruecos tuvo la gran habilidad de, presentándose como paladín de Occidente en la sensible región del Mediterráneo occidental, convencer a los EE. UU. y a las capitales europeas de que debía ser considerado, aparte de país moderado y estable en el mundo árabe, un muro de contención contra el comunismo que evaluaba desde el terreno que anidaba en Argelia y Libia. Tras la Guerra Fría siguió jugando la carta de la moderación y de la estabilidad frente a las nieblas islamistas radicales que emanaban de la vecina Argelia, y es la época en la que pergeñó esa supuesta excelencia en la prevención y gestión de la amenaza yihadista –gracias a sus herramientas de información e inteligencia – con la que, nos dice hasta hoy, debemos contar como garantía para nuestra seguridad. En todo este tiempo, Marruecos ha conseguido, gracias a esa habilidad evidente que tiene de vender la imagen propia y de mancillar la del adversario, establecer una relación estratégica aventajada tanto con los EE. UU. como con la OTAN y con la UE a partir de los años 2000. En relación con los EE. UU., vende hábilmente que el origen de todo está en diciembre de 1777, cuando el sultán marroquí de entonces fue el primer líder mundial, aunque Marruecos no fuera entonces un Estado moderno en el concierto de las naciones, que reconoció la independencia de la hoy superpotencia. Paladín contra el comunismo durante décadas, y hoy contra los avances de Rusia o de Irán en el Magreb, la consideración de Marruecos en Washington DC es alta y sus lobbies se encargan de sacarle permanentemente brillo. Las maniobras militares combinadas “African Lion”, con gran solera en África, sufren de una inercia que da a Marruecos el liderazgo, le permite poner en valor el territorio – intentando en cada etapa, aunque infructuosamente hasta ahora, que la “marroquinidad” del Sáhara Occidental pueda consolidarse de facto – y seguir vendiendo imagen de actor imprescindible. Y en relación con la UE, Marruecos – que solicitó formalmente y sin éxito la adhesión a las Comunidades Europeas en 1987 – no ceja en su empeño por seguir beneficiándose de un trato privilegiado en diversos dominios, todos ellos rentables, y de seguir haciendo lobby en las instituciones comunitarias con diversas herramientas para reforzar sus aspiraciones más sagradas, destacando entre todas ellas el que se consolide el principio de la “marroquinidad” del Sáhara.

¿Vamos hacia un conflicto abierto?

En relación con el Sáhara Occidental, la ambición marroquí es cada vez más evidente y la utilización de herramientas varias de presión cada vez más escandalosa, al punto de chantajear a diversos Estados utilizando para ello distintos instrumentos. Mientras tanto, el territorio es escenario de una guerra híbrida en la que el Frente Polisario – que rompía el 13 de noviembre de 2020 el alto el fuego vigente durante más de tres décadas por unos incidentes producidos en la estratégica frontera de Guerguerat con Mauritania – emite periódicos partes de guerra y Marruecos utiliza sobre todo drones para producir bajas en el Polisario (y de paso, y como daños colaterales inventariados desde entonces, muertes de nacionales argelinos y mauritanos). Aunque consideradas por el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, como “hostilidades de baja intensidad”, el riesgo de una escalada está siempre presente. Y mientras tanto se vician cada vez más las relaciones de Marruecos no solo con Argelia, sino también, y en tiempos recientes, con Mauritania y, aunque en menor medida, con Túnez. Pero recordemos que no es solo el conflicto no resuelto del Sáhara Occidental el motivo de la tensión entre Argelia y Marruecos, sino que esta es más profunda. Aparte del reforzamiento del discurso irredentista en los últimos años – recuperándose el término de “Sáhara Oriental” acompañado de una provocadora cartografía cada vez más visible –, y como también lo hace en relación con España, Marruecos está ubicando la gestión de su vecindad en el contexto más amplio de la competición geopolítica entre grandes potencias, y de ahí la creciente preocupación que nos genera la posible evolución de la situación. La transacción que supuso la oscura escena en la que el reconocimiento vía Twitter de la “marroquinidad del Sáhara” en 2020, por un presidente Donald Trump que a cambio obtuvo, ventajosamente, la incorporación de Marruecos a los Acuerdos de Abraham firmados con Israel por ya tres Estados árabes (Bahrein, EAU y a los que se sumaba Marruecos), abría la caja de los truenos en la región del Magreb y del Mediterráneo Occidental. A los efectos de nuestro análisis sobre la creciente tensión entre Argelia y Marruecos, las autoridades argelinas tenían que sumar, a su preocupación estratégica por el deterioro de la situación en Libia y el Sahel Occidental por la injerencia extranjera y por el redimensionamiento de la política exterior y de seguridad de Marruecos en todo este tiempo, el desembarco del considerado por Argel “enemigo israelí a sus puertas”. Tras la firma de los Acuerdos de Abraham por Marruecos, la presencia israelí en suelo marroquí es cada vez más visible, con su epicentro en la visita a Rabat en noviembre de 2021 del ministro de Defensa, Benny Gantz, y reflejada en las crecientes adquisiciones de material israelí de alta gama en la dimensión de la defensa. Todo ello se produce además en un escenario agravado por el estallido de la quinta guerra entre Israel y Hamas en octubre de 2023. La presencia de observadores militares israelíes en el ejercicio multinacional “African Lion 2022”, que podría parecer algo inocuo a otros Estados, fue visto – por la Argelia que acababa de romper sus relaciones diplomáticas con Marruecos el año anterior – como un acto hostil a añadir a la lista cada vez más larga de agravios. Marruecos utiliza además este escenario para presentar a Argelia, que siendo un apoyo tradicional en el mundo árabe a la causa palestina reforzó su percepción de amenaza en relación con Israel en la segunda mitad de los años ochenta – tras el bombardeo israelí del Cuartel General de la OLP en Túnez en 1985 –, como un aliado de Irán y de sus proxies, y en particular de Hizbollah. Marruecos, que rompió sus relaciones diplomáticas con Irán en dos ocasiones, en 2009 y en 2018, aprovecha cualquier ocasión para lanzar delirantes acusaciones contra Argelia presentando a su vecino como aliado estrecho de Irán – y lo hace tanto ante sus socios occidentales como también ante las petromonarquías del Golfo más antiraníes – y para acusar a Hizbollah de entrenar y armar al Frente Polisario. Y a la instrumentalización del resbaladizo escenario de Oriente Medio en su beneficio, añade también Marruecos el escenario marcado por la creciente tensión entre Rusia, y también China, y Occidente. Un Marruecos que tiene excelentes relaciones con Rusia, reforzadas incluso tras la invasión de Ucrania – firma del Acuerdo de Asociación Estratégica Marruecos-Rusia en 2022, Acuerdo con ROSATOM también en 2022 en materia de cooperación nuclear o celebración en diciembre de 2023 de la Cumbre Árabe-Rusa en Marrakech –, no tiene pudor alguno en presentar a Argelia como peligroso aliado de Rusia a las puertas de Occidente. A título de ejemplo, Marruecos presentaba, a través de sus múltiples herramientas electrónicas, las maniobras argelino-rusas de noviembre de 2022 en la región de Bechar, en zona reclamada por Marruecos a Argelia y que contaron con la participación de un centenar de paracaidistas rusos, como una amenaza inminente. Es interesante destacar que las mismas se celebraban poco tiempo después de que 7,500 efectivos de trece países, incluyendo observadores militares israelíes, participaran en las maniobras “African Lion 2022”; y en este caso cerca de las fronteras con el Sáhara Occidental y también con Argelia. Y las referencias, aunque con menos intensidad, a China, obvian que militares marroquíes se han en trenado en años recientes en bases chinas en la utilización de drones, o que tanto China como Rusia pescan en aguas del Sáhara Occidental violando con ello el Derecho Internacional al corresponder a un territorio no autónomo y no a Marruecos. Y a la dimensión político-diplomática y de seguridad hemos de añadir los avances, sobre todo los marroquíes, dado que Marruecos es el actor más proactivo como venimos viendo, producidos en el ámbito de la defensa y que son también motivo de preocupación. El telón de fondo es el del incremento en los gastos de defensa de uno y otro país, en lo que representa un ejemplo típico de dilema de seguridad. Argelia ha estado tradicionalmente entre el pequeño grupo de Estados que venían gastando más del 7 por ciento de su PIB en defensa, pero la incorporación de Marruecos al club de Estados que gastan generosamente en defensa, y en su caso creciendo en progresión geométrica (del 3.6 por ciento en 2022 al 9 por ciento previsto en 2024) incrementa nuestra preocupación. Además es más importante lo cualitativo que lo cuantitativo, sobre todo en relación con Marruecos, pues Argelia evoluciona como de costumbre, manteniendo la especificidad de un arma submarina que Marruecos no tiene, contando con importantes cifras en su poder terrestre y aéreo, pero todo ello mientras Marruecos, que también moderniza y amplía medios terrestres y aéreos, aprovecha, y no lo oculta, sus ventajosas relaciones con Israel para hacer adquisiciones en ámbitos selectos como son los sistemas de defensa aérea, de guerra electrónica y de su próximo satélite de observación que ya no será francés (Thales Airbus) sino israelí (Israel Aerospace Industries, IAI). Y todo ello mientras persevera en el uso de drones armados, en un escenario bélico como es el Sáhara Occidental, mientras sigue perfeccionando sus herramientas en la guerra híbrida en desarrollo.

Conclusiones

Marruecos, que está acostumbrado y nos ha acostumbrado a jugar con las fichas blancas llevando por ello siempre la iniciativa, está inmerso en una partida en la que destaca su ambición y su arrogancia, y su vecina Argelia da a entender con su actitud, como también lo hace España, que acepta tal situación. En tiempos de rupturas – del alto el fuego por el Frente Polisario, en noviembre de 2020, y de relaciones diplomáticas por parte de Argelia en agosto de 2021 – la creciente tensión entre Argelia y Marruecos se sitúa en un nivel mucho más peligroso que en crisis anteriores. La posibilidad de la escalada, bien en el Sáhara Occidental o bien en la frontera terrestre común, está más presente que nunca, y la multiplicación de frentes en situación de deterioro en el Magreb y en el Sahel hace que la situación sea mucho más volátil que otrora. Analizado el caso de la vecindad entre Argelia y Marruecos y sus características, no debemos terminar este artículo sin una referencia a España. Marruecos es sin duda, para España, un importante socio comercial y una ventana de oportunidades para desarrollar importantes negocios, pero ello no nos debe hacer olvidar que también es un actor que juega un papel permanentemente inamistoso con sus ilegítimas reclamaciones territoriales. En clave de interés nacional, nunca antes que hoy ha estado más claro que España tiene que tener unas relaciones más exigentes con respecto a Marruecos, sacudiéndose esa molestia permanente representada tanto por sus reclamaciones territoriales como por arrastrarnos en su intento de consolidar la anexión del Sáhara Occidental. Y en los tiempos turbulentos de tensión permanente marroquí con Argelia, este último país no puede ser sacrificado por una política exterior española que debería tener con ambos Estados una relación saludable y ventajosa.

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Carlos Echeverría Jesús

Profesor de Relaciones Internacionales en la UNED

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