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Diplomacy

Un paso más hacia la normalización de la extrema derecha

Quema de bandera de la UE

Image Source : Shutterstock

by Jaime Bordel Gil

First Published in: Jun.10,2024

Jul.29, 2024

Más que un “antes y un después”, estas elecciones suponen un nuevo capítulo en la progresiva integración de la ultraderecha en la política europea.

En la noche del 9J se cerraron las urnas de las tan temidas elecciones europeas de 2024. Las elecciones del cambio de ciclo, de la irrupción de la ultraderecha o de la ruptura de la gran coalición. Finalmente, la cosa no fue para tanto, y los peores presagios que auguraban una posible mayoría alternativa de derechas no se cumplieron. Es cierto que el terremoto que algunos preveían no se ha producido, pero desde hace un tiempo, las placas tectónicas de la UE se mueven en una misma dirección. La ultraderecha volvió a mejorar sus resultados por quinta vez consecutiva, lo que no debería dejar indiferente a nadie. La gran coalición no se romperá, y las instituciones europeas no se derrumbarán por el seísmo ultra. Pero desde hace tiempo, los cimientos europeos se tambalean por un movimiento tectónico ultraderechista que en algún momento puede llegar a tirar la casa abajo.

La ultraderecha crece, pero no arrasa

Si miramos los resultados a nivel europeo, más allá de las sendas victorias que obtienen en Francia y en Italia, parece que la ultraderecha no crece tanto como se esperaba. Los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) de Giorgia Meloni suben cuatro escaños y no superan a los Liberales de Renew, que pierden 22 diputados, pero siguen siendo el tercer grupo con 80 europarlamentarios. Identidad y Democracia (ID), el grupo de Le Pen y Salvini sube algo más, nueve diputados, pero con 58 actas queda como quinta fuerza de la cámara y ve lastrado su crecimiento por la salida de Alternativa por Alemania (AfD) que le hubiera aportado la friolera de 15 europarlamentarios. Estas cifras pueden variar un poco, y si se incorporan a algunos diputados que hoy se encuentran entre los no inscritos como Fidesz de Viktor Orbán, ECR podría colocarse tercera por delante de los liberales. Sin embargo, esto no alteraría significativamente las mayorías en la Eurocámara, donde la gran coalición entre populares, socialdemócratas y liberales seguirá rigiendo las principales políticas de la UE. Sin embargo, el Partido Popular Europeo (PPE) tendrá un arma que le dará poder de negociación ante sus socios: la posibilidad de frenar determinadas leyes pactando con la ultraderecha. La suma entre los populares y los partidos de la derecha radical no es suficiente para articular una mayoría alternativa que como pretende Giorgia Meloni deje fuera a los socialdemócratas. Pero, los 184 eurodiputados del PPE junto a los dos grupos de ultraderecha si pueden ser suficientes para torpedear legislación en temas clave como la transición ecológica. A ellos hay que sumarles además que alrededor de una treintena de diputados no inscritos, también sostienen posiciones de ultraderecha (15 de AfD, 11 de Fidesz o los tres de Alvise), lo cual complica aún más la agenda verde y social de la UE. La derecha radical no derribará de momento el edificio europeo, pero su capacidad de influencia aumentará en este nuevo periodo. Aún no tienen fuerza como para que todo se venga abajo, pero elección a elección sus ideas siguen impregnando la agenda europea. En la anterior legislatura ya pusieron su granito de arena en legislación clave como el Pacto Migratorio Europeo, donde a pesar de votar en contra buena parte de las mociones, Jorge Buxadé llegó a ser ponente de una de ellas relativa a la elaboración de una base de datos biométricos de inmigrantes irregulares. Este quinquenio probablemente lo comencemos con un comisario de peso elegido por los ultraderechistas, que con Giorgia Meloni sentada en el Consejo Europeo, tendrán mucho más que decir que en 2019. Veremos donde lo terminamos. Más que un “antes y un después”, estas elecciones suponen un capítulo más en la progresiva normalización e integración de la ultraderecha en la política europea. Sus ideas han llegado para quedarse, y aunque de momento no tengan la capacidad de liderar mayorías ni elegir presidentes del Parlamento o la Comisión Europea, sí están consiguiendo alterar los marcos de numerosos debates como la inmigración o la transición ecológica. Este es el verdadero peligro, y esta elección refuerza que sigamos hablando de estos temas en los términos que quieren Meloni, Orban o Le Pen.

El bipartidismo resiste

Otro punto que creo que hay que resaltar sobre esta elección es que el bipartidismo aguanta mejor de lo que muchos esperaban. Es cierto que los buenos tiempos de la suma de las dos grandes familias por encima de los 400 diputados no van a volver nunca, pero por primera vez desde 2004, populares y socialistas no pierden diputados en su conjunto, rompiendo con una tendencia que parecía irreversible. El PPE suma nueve diputados ganando las elecciones en tres de los cinco estados más poblados: Alemania, España y Polonia. Y los socialdemócratas obtienen 137, ligeramente por debajo de los 139 de la pasada legislatura, evitando la caída que pronosticaban casi todos los sondeos. Quienes se han derrumbado han sido liberales y verdes que han perdido una veintena de escaños cada uno. Como decía, los grandes tiempos de la hegemonía socialdemócrata hace tiempo que pasaron, pero más allá del aguante de la socialdemocracia ibérica — los únicos junto los chipriotas que superan por sí mismos el 30% — existen algunos brotes verdes que invitan a que esta familia pueda estar medianamente satisfecha. En Francia y en Grecia, dos de los ejemplos paradigmáticos de la crisis de este espacio, el Pasok y el PSF, que hace tiempo parecían amortizados, hoy vuelven a disputar el liderazgo de la oposición. En Italia el Partito Democrático (PD), a pesar de tener unos resultados insuficientes, le ha ganado la partida de la oposición al Movimento 5 Stelle, y se consolida como la principal fuerza de oposición al gobierno de Giorgia Meloni. Y en Holanda una coalición con los verdes ha conseguido superar al ultra Geert Wilders. Es evidente que la coyuntura de los socialdemócratas no es ideal, pero si miramos diez años atrás, muchos de los partidos que parecían al borde de la desaparición se han recuperado e incluso podrían ser alternativa de gobierno en unos años. Este hecho enlaza directamente con la crisis de una izquierda alternativa que en muchos países europeos ha pasado de ser una alternativa viable a un espacio minoritario. En Francia y España, estos espacios que llegaron a hacer temblar las piernas a los socialistas, hoy se encuentran divididos y subalternos. En Grecia, Syriza se mantiene como segunda fuerza, pero en 2019 sacaba al centroizquierda 15 puntos y un millón de votos, una diferencia que hoy se ha reducido a apenas un 2%. En el norte de Europa parece que las cosas van un poco mejor y la izquierda verde, antiguo Partido Popular Socialista, ha ganado las elecciones en Dinamarca, mientras que en Finlandia la Alianza de la Izquierda — miembro de The Left — es segunda fuerza con el 17% de los votos. Curiosamente, es donde más ha caído la ultraderecha, que es sexta fuerza en Finlandia, cuarta en Suecia y novena en Dinamarca. Unos resultados que dan un mínimo halo de esperanza y muestran a la izquierda de otras latitudes un camino por el que derrotar a la ultraderecha. Este es el panorama que nos encontramos. Ante una ultraderecha que poco a poco va ganando poder e influencia en el ámbito europeo, los únicos que parecen aguantar el empuje ultra son las dos familias tradicionales, el PPE y los socialdemócratas. Los primeros, cada vez con menos pudor de pactar con la derecha radical, continúan empeñados en establecer una distinción entre los ultras buenos, atlantistas como Meloni y los polacos de Ley y Justicia, y los ultras malos, antieuropeos y alineados con Putin, como AfD o Salvini. Una distinción que les permite hacer pasar por respetable los acuerdos con formaciones que han demostrado en repetidas ocasiones un escaso respeto por los derechos humanos. Y los segundos, por acción u omisión del resto, han conseguido aguantar el chaparrón posterior a la crisis del 2008, y mantenerse en muchos países como la alternativa de gobierno a la ultraderecha. Quien nos lo iba a decir hace diez años cuando muchos firmaban el acta de defunción de los partidos socialdemócratas. Esta es la Europa que nos queda. El aumento de la influencia de la derecha radical, y la consolidación del bipartidismo son los dos grandes titulares de una noche que pasará más a la historia por el adelanto de Macron que por las repercusiones inmediatas para la gobernanza de la Unión, donde todo seguirá más o menos igual. Sin terremotos, pero con movimientos tectónicos que puede ser que un día terminen por tirar todo abajo.

First published in :

Revista El Salto / Spain

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Jaime Bordel Gil

Colaborador de El Salto

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