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Diplomacy

El presidente de Kenia recibirá elogios de la Casa Blanca por el envío de tropas a Haití, pero la falta de acción en toda América debería provocar una reflexión regional.

El presidente de Kenia, William Ruto

Image Source : Wikimedia Commons

by Jorge Heine

First Published in: May.22,2024

Jul.22, 2024

El presidente de Kenia, William Ruto, asistirá a una rara recepción de estado en EE. UU. para un líder africano el 23 de mayo de 2024, pero gran parte de la conversación será sobre un tercer país: Haití. Las tropas kenianas se están preparando para desplegarse en la nación caribeña como parte de una misión respaldada por la ONU, con el objetivo de llevar estabilidad a un país devastado por la violencia de las pandillas. El evento en la Casa Blanca es en parte un reconocimiento por parte de Washington a la decisión de Kenia de asumir una tarea que la administración de Biden, y gran parte de Occidente, preferiría delegar. De hecho, Haití aparentemente se ha convertido en una crisis que la mayoría de los organismos internacionales y gobiernos extranjeros preferirían no abordar. Estados Unidos, al igual que otros gobiernos importantes en las Américas, han descartado repetidamente enviar sus propias tropas a Haití. Para alguien que ha escrito un libro, “Arreglando Haití”, sobre la última intervención exterior concertada – la misión de estabilización de las Naciones Unidas conocida como MINUSTAH – temo que la falta de acción por parte de los países de las Américas podría aumentar el riesgo de que Haití pase de ser un estado frágil a un estado fallido. La MINUSTAH fue la primera misión de la ONU formada por una mayoría de tropas latinoamericanas, con Chile y Brasil a la cabeza. El hecho de que ahora se haya delegado ese papel ahora a Kenia ha generado preocupaciones entre los grupos de derechos humanos. También debería llevar a plantear preguntas introspectivas en las capitales desde Washington hasta Brasilia, así como en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York.

A merced de las pandillas

La caída de Haití en el caos comenzó desde hace casi tres años con el asesinato del presidente Jovonel Moïse en julio de 2021. La anarquía en la nación ha permitido que las pandillas tomen el control de aproximadamente el 80% de la capital, Puerto Príncipe, y miles de personas han sido asesinadas en la creciente violencia. Hoy en día, el país no solo es el país más pobre de las Américas, sino que también se encuentra entre los más desamparados del mundo. Se estima que alrededor del 87.6% de la población vive en la pobreza, y el 30% en la pobreza extrema. La esperanza de vida es de solo 63 años, en comparación con los 76 en Estados Unidos y 72 en América Latina y el Caribe en conjunto.

Receta para el desastre

La intervención internacional en Haití ha estado pendiente durante mucho tiempo. Sin embargo, hasta ahora, la actitud de la comunidad internacional, desde mi perspectiva, ha sido en gran medida de mirar hacia otro lado. Desde una perspectiva humanitaria y en términos de seguridad regional, permitir que un país en las Américas se deslice hacia la condición de un estado fallido controlado por una red organizada de pandillas criminales es una receta para el desastre. Sin embargo, los gobiernos y organizaciones internacionales en la región no están dispuesto a enfrentar directamente la crisis a pesar de los ruegos de Haití y las Naciones Unidas. La Organización de los Estados Americanos (OEA), que en el pasado desempeño un papel importante en Haití y para la cual fui observador en las elecciones presidenciales de 1990 en el país y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) han sido criticadas por su lenta respuesta a la crisis haitiana. La Comunidad del Caribe (CARICOM) ha realizado un esfuerzo significativo, celebrando varias reuniones sobre la crisis en Haití; varios estados miembros, como las Bahamas, Barbados y Jamaica, se han comprometido a enviar fuerzas policiales a Haití, aunque en pequeño número. Por su parte, Estados Unidos, después de haber abandonado Afganistán en 2021 tras una ocupación tumultuosa de 20 años, parece renuente a enviar tropas a cualquier lugar. Por el contrario, Washington preferiría que otros asumieran el papel de pacificadores esta vez. En respuesta a la oferta de Kenia, el Departamento de Estado dijo que “elogia” a la nación africana por “responder al llamado de Haití”. Parte de esta reticencia en las Américas también podría estar relacionada con la percepción, en mi opinión, errónea, de cómo han resultados las intervenciones pasadas. La misión de las Naciones Unidas desde 2004 logró inicialmente estabilizar a Haití después de otro periodo turbulento. De hecho, el país hizo avances significativos antes de ser golpeado por un devastador terremoto en 2010. Después de 2010, hubo sin duda, graves errores. Un brote de cólera, introducido en Haití por tropas infectadas provenientes de Nepal, resultó en más de 800,000 infecciones y 10,000 muertes. La conducta sexual indebida de algunos de los cascos azules de la ONU también manchó aún más la misión. Pero la noción de que la MINUSTAH fue un fracaso es, en mi opinión, completamente errónea. Y el fin de la misión en 2017 ciertamente no trajo mejores condiciones en Haití. De hecho, después de que termino la misión, las pandillas criminales volvieron a tomar el control del país y procedieron en consecuencia. Sin embargo, el supuesto fracaso de la misión de la ONU se ha convertido en la base de una opinión sostenida por algunos observadores de Haití de que las intervenciones internacionales no solo son infructuosas o mal concebidas, sino también contraproducentes. Esta visión constituye el fundamento de la noción de Haití como un "estado de ayuda", en contraposición a un "estado fallido". Según esta perspectiva, las intervenciones internacionales y el flujo de fondos extranjeros han creado una condición de dependencia en la cual el país se acostumbra a que los extranjeros tomen decisiones clave. Según el argumento, esto fomenta un ciclo de corrupción y mal manejo. No hay duda de que algunas intervenciones anteriores dejaron mucho que desear, y cualquier nueva iniciativa debería realizarse en estrecha cooperación con la sociedad civil haitiana para evitar tales problemas. Pero creo que la idea de que Haití, en su estado actual, pueda levantarse sin la ayuda de la comunidad internacional es un pensamiento ilusorio. El país ha avanzado demasiado hacia el control de las pandillas, y lo que queda del estado haitiano carece de la capacidad para cambiar esa trayectoria.

¿Un deber de intervenir?

Además, se puede argumentar que la comunidad internacional tiene responsabilidad en la tragedia haitiana y está moralmente obligada a intentar solucionarla. Para usar un ejemplo del pasado relativamente reciente: hasta principios de los años 1980, Haití era autosuficiente en la producción de arroz, un alimento básico clave allí. Sin embargo, presionado por Estados Unidos en la década de 1990, el país redujo sus aranceles agrícolas al mínimo y, al hacerlo, destruyó la producción local de arroz. El expresidente estadounidense Bill Clinton se disculpó más tarde por esta política, pero su legado aún perdura. Hoy en día, Haití tiene que importar la mayor parte del arroz que consume, principalmente desde Estados Unidos. Y no hay suficiente para todos los haitianos: la ONU estima que casi la mitad de los 11.5 millones de habitantes de Haití tienen inseguridad alimentaria. De hecho, desde sus inicios como nación independiente en 1804, Haití ha sufrido las consecuencias de su lugar único en la historia: simplemente fue demasiado para las potencias coloniales blancas ver prosperar a Haití como la primera república negra surgida de una exitosa rebelión de esclavos. Francia respondió a la pérdida de lo que una vez fue considerada la colonia más rica del mundo, imponiendo reparaciones durante un siglo y medio. Los pagos de Haití continuaron hasta 1947, ascendiendo a 21 mil millones de dólares en términos actuales. Estados Unidos tardó 60 años en reconocer a Haití e invadió y ocupó la nación desde 1915 hasta 1934. Sin embargo, cualquier pensamiento de expiación por acciones pasadas parece lejano para aquellos que observan cómo el caos en Haití se agrava. Mas bien, muchos parecen tener la misma mentalidad expresada en 1994 por el actual presidente de Estados Unidos, Joe Biden, cuando, como senador, al discutir la justificación para varias intervenciones, señaló: "Si Haití simplemente se hundiera silenciosamente en el Caribe, o se elevara 300 pies, no importaría mucho para nuestros intereses".

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The Conversation

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Jorge Heine

Director interino del Centro Frederick S. Pardee para el estudio del futuro a largo plazo, Universidad de Boston. Jorge Heine es miembro del Partido por la Democracia, un partido político chileno, y del Foro Permanente de Política Exterior, un grupo de expertos chileno.

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