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Opinión – El futuro de Ucrania no está en sus propias manos

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First Published in: Mar.03,2025
Oct.03, 2025
Ucrania ya no tiene el control de su propia guerra; la política de las grandes potencias ha eclipsado su lucha por la soberanía, como se evidencia en su exclusión de negociaciones diplomáticas clave y su creciente dependencia de la ayuda militar y económica externa. Mientras Kiev lucha por su supervivencia, Estados Unidos y Rusia persiguen objetivos estratégicos más amplios, redefiniendo el orden global. Esta no es una guerra de democracia contra autocracia, sino una batalla por el poder y la influencia, con Ucrania atrapada en el centro del conflicto. Desde la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014 y su invasión a gran escala en 2022, los EE. UU. han enmarcado la guerra como una defensa de la democracia, moldeando la percepción pública y las decisiones políticas al justificar el aumento de la ayuda militar y las sanciones económicas contra Rusia. Este enfoque también ha fortalecido la cohesión de la OTAN y ha movilizado el apoyo occidental a Ucrania, aunque los críticos argumentan que simplifica en exceso las realidades geopolíticas del conflicto. Pero esta narrativa oculta una realidad más profunda: una disputa geopolítica por el equilibrio de poder en Europa del Este. EE. UU. refuerza la OTAN para contener a Rusia; Rusia lucha por mantener a Ucrania en su órbita. Como resultado, la capacidad de Ucrania para actuar de manera independiente se está reduciendo. En el centro del conflicto se encuentra una lucha de poder histórica entre Washington y Moscú. EE. UU. busca mantener su dominio sobre la seguridad europea, mientras que Rusia pretende desmantelar el orden posterior a la Guerra Fría que llevó a la OTAN hasta sus fronteras. El Kremlin ha advertido repetidamente que la alineación de Ucrania con Occidente es una línea roja, pero los responsables de la política estadounidense han desestimado estas preocupaciones como quejas revisionistas en lugar de amenazas legítimas a la seguridad. Este estancamiento ha convertido a Ucrania en el epicentro de una lucha de poder creciente. Para Rusia, la guerra no se trata solo de territorio, sino de estatus. Vladimir Putin presenta el conflicto como una defensa contra el cerco occidental, citando la expansión de la OTAN y la ayuda militar de EE. UU. a Kiev como provocaciones. El objetivo más amplio de Moscú es forzar una reorganización de la seguridad europea, una que reconozca la esfera de influencia de Rusia y debilite la hegemonía estadounidense. Bajo el gobierno de Joe Biden, EE. UU. proporcionó miles de millones en ayuda militar y económica a Ucrania, argumentando que apoyar a Kiev era esencial para mantener el orden liberal. Sin embargo, a medida que la guerra se prolonga y crecen las preocupaciones internas sobre el gasto en el extranjero, este enfoque está siendo reconsiderado. Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, la política de EE. UU. ha cambiado hacia un enfoque más transaccional, un giro que se hizo evidente cuando excluyó a Ucrania de las recientes negociaciones entre EE. UU. y Rusia en Arabia Saudita, desestimó los llamados de los aliados de la OTAN para adoptar una postura unificada contra Rusia y mostró disposición para negociar directamente con Vladimir Putin, dejando efectivamente a Kiev al margen de discusiones clave que determinarán su futuro. Su estrategia prioriza los acuerdos económicos sobre el apoyo militar directo, redirigiendo el compromiso de EE. UU. hacia una recalibración pragmática de intereses. Este cambio quedó aún más en evidencia durante la reciente confrontación entre Trump y el presidente ucraniano Volodímir Zelenski en la Casa Blanca. La reunión, que originalmente tenía como objetivo cerrar un acuerdo entre EE. UU. y Ucrania sobre minerales raros, se convirtió en un acalorado intercambio. Trump acusó a Zelenski de ser “irrespetuoso” y de “coquetear con la Tercera Guerra Mundial”, exponiendo profundas fracturas en las relaciones entre EE. UU. y Ucrania. La cancelación de una conferencia de prensa conjunta planificada subrayó el deterioro de las relaciones diplomáticas, indicando que el poder de negociación de Ucrania con Washington está disminuyendo. El trato de la administración de Trump hacia Zelenski sirve como una advertencia contundente para las naciones más pequeñas que dependen del apoyo occidental. Destaca la naturaleza precaria de las alianzas basadas en la conveniencia estratégica en lugar de un compromiso genuino con los valores democráticos o la soberanía. Ucrania, que alguna vez fue un símbolo de la determinación de Occidente contra la agresión rusa, ahora está siendo objeto de maniobras políticas que socavan su lucha por la autodeterminación. El mundo está presenciando cómo las grandes potencias priorizan sus propios intereses por encima de la supervivencia de sus supuestos aliados, reforzando la idea de que los estados más pequeños nunca pueden confiar plenamente en las políticas de los hegemonismos globales. Este comportamiento no es exclusivo de Trump y su administración, sino que es un aspecto fundamental de cómo operan las grandes potencias. Perciben sus propios intereses y posturas ideológicas como superiores a los de las naciones más pequeñas, imponiendo su voluntad bajo el pretexto de la necesidad estratégica. El trato hacia Ucrania ilustra claramente esta dinámica, presentando su legítima lucha por la soberanía como si fuera una empresa imprudente en lugar de una lucha existencial contra la agresión. EE. UU. y sus aliados, pese a afirmar que defienden a Ucrania, han manipulado su esfuerzo de guerra para su propio beneficio geopolítico, al mismo tiempo que responsabilizan a Ucrania por la misma crisis en la que se vio forzada a entrar. Trump enfatizó recientemente este enfoque en una declaración tras una reunión con el presidente Emmanuel Macron en la Cumbre del G7. Destacó un propuesto "Acuerdo de Minerales Críticos y Tierras Raras" entre EE. UU. y Ucrania, describiéndolo como una "Asociación Económica" destinada a recuperar las inversiones estadounidenses mientras ayuda a la recuperación económica de Ucrania. Al mismo tiempo, reveló conversaciones con el presidente Vladimir Putin sobre el fin de la guerra y una posible cooperación económica entre EE. UU. y Rusia, señalando un giro del apoyo militar hacia acuerdos económicos y diplomáticos. Sin embargo, las tensiones estallaron cuando Trump y el vicepresidente JD Vance reprendieron a Zelenski durante su visita del 28 de febrero, acusándolo de ingratitud y presionándolo para aceptar un acuerdo de paz bajo los términos de EE. UU. El acalorado intercambio llevó a la cancelación de la conferencia de prensa conjunta y la ceremonia de firma del acuerdo sobre minerales. Zelenski abandonó abruptamente la Casa Blanca, profundizando aún más la brecha entre Ucrania y su supuesto aliado. Las repercusiones públicas reforzaron cómo las grandes potencias priorizan sus propios intereses estratégicos por encima de la soberanía de las naciones más pequeñas, dejando a Ucrania cada vez más al margen de las decisiones que determinarán su destino. A medida que las luchas de poder globales se intensifican, Ucrania se encuentra cada vez más excluida de las decisiones sobre su propio futuro. Kiev sigue comprometida con su defensa, pero actores externos, como Washington y Moscú, están negociando sus intereses sobre el destino de Ucrania. La exclusión del presidente Volodímir Zelenski de discusiones diplomáticas clave, como las conversaciones celebradas en Arabia Saudita, subraya esta realidad. Mientras que Biden presentó a Ucrania como un socio clave en la lucha de Occidente contra Rusia, el enfoque de Trump sugiere que el papel de Kiev podría reducirse a una mera ficha de negociación en una reorganización geopolítica más amplia. La crisis en Ucrania ilustra el brutal cálculo de la política de las grandes potencias, donde los estados más pequeños se convierten en instrumentos de luchas estratégicas más amplias. La rivalidad entre EE. UU. y Rusia ha dictado el curso de la guerra, con cambios en la política estadounidense — del intervencionismo de Biden al pragmatismo de Trump — que han redefinido su trayectoria. A medida que Washington y Moscú exploran posibles reajustes diplomáticos, la soberanía de Ucrania corre el riesgo de volverse secundaria frente a los intereses de las grandes potencias. Son ellas las que dictan los términos de la guerra y la paz, dejando a Ucrania con cada vez menos opciones propias. La cuestión no es si Ucrania sobrevivirá, sino bajo qué términos existirá.
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Mazlum Özkan es candidato a doctorado en el Departamento de Sociología de la Universidad de Groningen, parte del programa SCOOP y del Centro Interuniversitario de Teoría y Metodología de las Ciencias Sociales. Su investigación se centra en los movimientos sociales iraníes y sus intereses más amplios incluyen la política de Oriente Medio y la influencia de las grandes potencias.
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