Subscribe to our weekly newsletters for free

Subscribe to an email

If you want to subscribe to World & New World Newsletter, please enter
your e-mail

Defense & Security

Pakistán atrapado por la creciente ferocidad de la insurgencia en Baluchistán

Valle de Swat, Pakistán, 12 de diciembre de 2017: Un soldado paquistaní identificado sosteniendo un arma.

Image Source : Shutterstock

by Sushant Sareen

First Published in: Mar.12,2025

Apr.07, 2025

La creciente insurgencia baluchí desafía la autoridad de Pakistán, mientras aumenta la coordinación entre militantes y la represión estatal profundiza la inestabilidad regional.

La insurgencia en Baluchistán se ha vuelto inquietante y ya se sentía desde hace un par de años. Sin embargo, la gravedad de la situación en la provincia más grande de Pakistán no logró hacer eco en los laberínticos pasillos del poder en Islamabad. En la capital del país, lo único que importaba era controlar y manipular las instituciones del Estado para asegurar la supervivencia del régimen híbrido controlado por la junta militar del general Syed Asim Munir y encabezado por el primer ministro Shehbaz Sharif. Los focos de conflicto en Baluchistán, Jaiber Pastunjuá, Sind y la Cachemira ocupada por Pakistán (POK, por sus siglas en inglés) recibieron apenas una cobertura superficial en los medios. El discurso público ha girado principalmente en torno a Imran Khan, sus problemas judiciales en prisión y las maniobras del régimen para contrarrestar su narrativa y popularidad. Baluchistán quedaba demasiado lejos de Islamabad e incluso de Lahore como para que a alguien le preocupara lo que ocurría en esa conflictiva provincia. A fines del mes pasado, después del discurso de Maulana Fazal-ur Rehman en la Asamblea Nacional, donde afirmó que “entre cinco y siete distritos de Baluchistán estaban en condiciones de declarar su independencia” y que “las Naciones Unidas (ONU) los reconocerían al día siguiente”, el pueblo paquistaní — y más allá — comenzó a prestar atención a la grave y acelerada crisis de seguridad en la provincia. Aunque Maulana pudo haber exagerado un poco al decir que la ONU reconocería una declaración de independencia en Baluchistán, lo cierto es que tiene los ojos y oídos puestos en el terreno y comprende muy bien la gravedad de la situación. Tras sus declaraciones, el líder de la oposición en la Asamblea Nacional, Omar Ayub, señaló que el Estado paquistaní prácticamente había dejado de existir en más de media docena de distritos de Baluchistán. Según Ayub, la bandera de Pakistán ya no ondeaba en esos distritos. Sin embargo, no fueron solo los líderes políticos opositores al régimen híbrido quienes alertaron sobre la alarmante situación en Baluchistán. Uno de los asesores más cercanos del primer ministro Sharif, Rana Sanaullah, advirtió que grupos armados podrían bajar de las montañas y tomar el control de Baluchistán. Tras inicialmente intentar negar que la situación se estaba saliendo de control, el jefe de gobierno provincial, Sarfraz Bugti, finalmente admitió que la situación era alarmante. No obstante, afirmó que los insurgentes no podían mantener el control de ninguna zona por más de unas pocas horas. Pero el hecho de que pudieran atacar a voluntad y tomar el control de carreteras principales y pequeños pueblos, aunque fuera por unas horas, no es algo que un administrador responsable pudiera tomar a la ligera. De hecho, el aumento en la frecuencia de ataques de alto perfil y de gran impacto por parte de los insurgentes baluchíes ha socavado por completo la autoridad del Estado. Aún peor, ha generado tanta incertidumbre que ha frustrado los ambiciosos planes para atraer inversión extranjera en proyectos de infraestructura y minería. Fue en este contexto que el Movimiento de Libertad Nacional Baluche (‘Baloch Raaji Aajoi Sangar’ (BRAS)), un frente común formado por cuatro grupos insurgentes militantes — el Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA, por sus siglas en inglés), el Frente de Liberación de Baluchistán (BLF, por sus siglas en inglés), la Guardia de la República de Baluchistán (BRG, por sus siglas en inglés) y el Ejército Revolucionario de Sindhudesh (SRA, por sus siglas en inglés) — anunció la formación de un Ejército Nacional Baluchí con una estructura de mando unificada y un cambio de enfoque, pasando de “operaciones dispersas a una fuerza organizada, coordinada y decisiva”. El BRAS declaró su intención de intensificar la guerra tanto contra Pakistán como contra su principal aliado, China, y de aumentar la letalidad de sus operaciones guerrilleras. Para golpear donde más les duele, el BRAS decidió “intensificar el bloqueo de todas las carreteras importantes de Baluchistán para interrumpir los intereses logísticos, económicos y militares del estado ocupante”. A pocos días del anuncio del BRAS sobre la intensificación de sus operaciones, los guerrilleros atacaron la estratégica carretera costera y prendieron fuego a seis camiones cisterna de gas y vehículos policiales. También se registró un repunte repentino en el uso de artefactos explosivos improvisados (IED, por sus siglas en inglés) y atentados suicidas contra las fuerzas de seguridad paquistaníes y colaboradores baluchíes. Lo más notable fue la amplitud geográfica de los ataques: un atentado suicida en la ciudad de Kalat, una explosión con IED en Quetta, otro IED en Khuzdar dirigido contra un líder tribal progubernamental y asesinatos selectivos de dos clérigos en Zehri, el mismo pueblo que fue asaltado y ocupado por casi 100 insurgentes durante unas horas en enero pasado. Según datos del’ South Asia Terrorism Portal’, solo en las primeras nueve semanas de 2025 ya se han registrado 70 incidentes, en los que alrededor de 135 miembros de las fuerzas de seguridad paquistaníes han muerto, frente a 66 insurgentes o extremistas, una proporción de 2 a 1 que refleja la magnitud del problema. Algunos de estos ataques insurgentes causaron graves daños en personal y equipamiento a las fuerzas de seguridad paquistaníes. A principios de febrero pasado, insurgentes emboscaron una camioneta que transportaba tropas, matando a 17 soldados paquistaníes en el distrito de Kalat. Dos semanas después, en ataques contra un puesto de control del ejército paquistaní y un convoy en la zona de Mand, otros 17 soldados murieron. Los insurgentes también atacaron un autobús que transportaba trabajadores de una mina en Harnai, dejando 11 muertos. Aunque los medios paquistaníes presentaron esto como parte de una red de extorsión manejada por los insurgentes, el hecho de que fuera un ataque a un objetivo económico — que los insurgentes consideran una explotación de los recursos de Baluchistán por parte de Punyab — lo convirtió en un blanco legítimo desde su perspectiva. De manera similar, los ataques contra empresarios y colonos punyabíes — a quienes los baluchíes califican de espías y colaboradores — también forman parte de la estrategia de los combatientes baluchíes contra el Estado paquistaní. Quizás, el ataque más devastador fue llevado a cabo en agosto de 2024, cuando los insurgentes baluchíes lanzaron la Operación Herof, en la que realizaron ataques coordinados a lo largo y ancho de la provincia. Solo en 2024, los grupos insurgentes llevaron a cabo más de 900 atentados, la mayoría ejecutados por el BLA, el BLF y bajo el nombre del BRAS. Excepto en los distritos del norte de Baluchistán dominados por pastunes, los insurgentes baluchíes han estado activos en cada distrito de la provincia. Esto representa un cambio cualitativo con respecto a insurgencias anteriores, cuando los combates estaban limitados a unos pocos distritos y tribus. Ahora, la lucha abarca todo Baluchistán y atraviesa divisiones tribales, lingüísticas y de género. Mientras los insurgentes baluchíes han elevado su nivel, no solo en ferocidad, intensidad y capacidad organizativa, el Estado paquistaní — un eufemismo para referirse al Ejército de Pakistán — no ha logrado adaptarse para responder de manera efectiva. Su estrategia sigue siendo la misma de hace décadas: aumentar la represión, ofrecer sobornos a jefes tribales, comprar políticos influyentes, intimidar a la población, reprimir toda disidencia, controlar estrictamente a los medios de comunicación, e imponer títeres y colaboracionistas para gobernar la provincia bajo una apariencia de democracia. Pero esta estrategia está resultando contraproducente: cuanto más se aferra el Ejército paquistaní a su régimen represivo, más se aleja del pueblo baluchí y más crecen las filas de los grupos insurgentes, ahora incluso con mujeres y jóvenes de clase media educada. Al ir perdiendo la guerra narrativa, el Ejército de Pakistán ha respondido de manera predecible. Ha comenzado a allanar universidades y a secuestrar estudiantes baluchíes, manteniéndolos en custodia ilegal y, en algunos casos, asesinándolos y abandonando sus cuerpos en las carreteras o en zonas remotas. Solo en las primeras semanas de este año, más de 250 estudiantes han desaparecido forzosamente. Esta práctica de desapariciones forzadas no ha hecho más que aumentar el rechazo y la alienación frente al Estado paquistaní, convirtiéndose, posiblemente, en uno de los pilares centrales en torno a los cuales se ha movilizado la opinión pública baluchí. Además de la brutal represión desatada, el Ejército de Pakistán ha intentado recuperar terreno en la batalla narrativa usando tácticas que hoy resultan anacrónicas. Por ejemplo, las autoridades suelen presentar a un "militante rendido" que repite un discurso predecible: acusa a sus comandantes de codicia, afirma que reciben fondos de India y asegura que actúan en contra de los intereses del pueblo baluchí. Luego, los medios paquistaníes amplifican estas historias. Pero nadie, salvo quizás en Punyab, cree lo que intenta vender el aparato de desinformación del Ejército. De igual forma, las afirmaciones exageradas y muchas veces completamente ficticias sobre operaciones exitosas del Ejército para repeler ataques o allanar escondites insurgentes ya no convencen a nadie. En la mayoría de los casos, el Ejército simplemente inventa cifras de insurgentes muertos para aparentar que está contraatacando con fuerza. La declaración del BRAS sobre la reestructuración de su organización y la intensificación de sus operaciones deja claro que los insurgentes creen que la lucha en Baluchistán ha entrado en una fase decisiva. La narrativa política está dominada por jóvenes líderes del Consejo de Unidad Baluchí (‘Baloch Yakjheti Council’ (BYC)), como la indomable Mahrang Baloch, Sami Deen Baloch y otros miembros que encabezan masivas protestas en toda la provincia. Los miembros de la asamblea legislativa y el “gobierno electo” en la provincia se han convertido en figuras políticas insignificantes que están en el poder únicamente porque han sido impuestos al pueblo de Baluchistán por el Ejército de Pakistán. Los procesos políticos y democráticos en Baluchistán se han vuelto irrelevantes porque han sido completamente cooptados y manipulados por el ejército, lo que alimenta aún más la narrativa de los sectores proindependencia. En lo militar, los insurgentes baluchíes han demostrado su alcance, capacidad y habilidad para coordinar ataques complejos. Aunque existe cierto escepticismo sobre cuánto pueden lograr los baluchíes, dado que representan menos del 5% de los 250 millones de habitantes de Pakistán, los insurgentes creen que cuentan con la masa crítica necesaria para vencer al Estado paquistaní. Lo que les falta en número lo compensan con la insurgencia talibán que arde en la provincia de Jaiber Pastunjuá y en la franja pastún de Baluchistán, lo cual está agotando y desangrando al Ejército paquistaní. A esto se suma el fuerte deterioro en las relaciones entre el régimen talibán en Afganistán y Pakistán. Los talibanes parecen estar dando espacio a los baluchíes, ya que eso les proporciona cierto margen de maniobra frente a Pakistán, a quien sospechan de estar coqueteando con el Estado Islámico de del Gran Jorasán (ISIS-K) para desestabilizar al Emirato Islámico. La situación en la provincia iraní de Sistán y Baluchistán también está resultando favorable para los insurgentes baluchíes en Pakistán. Frente a la audacia y ferocidad de los ataques llevados a cabo por los combatientes por la libertad baluchíes, y dado que el enfoque anticuado de Pakistán para abordar el conflicto en la provincia no está funcionando, las opciones disponibles para el ejército paquistaní son limitadas. Puede continuar haciendo lo mismo que ha hecho durante los últimos 25 años, desde que comenzó esta quinta insurgencia en Baluchistán, quizás incluso intensificar esas acciones. Pero es poco probable que el resultado sea diferente. El ejército paquistaní también podría decidir lanzar una operación terrestre de destrucción total en Baluchistán. Sin embargo, manejar las consecuencias políticas, militares y diplomáticas de una operación así podría resultar desastroso. Una tercera opción sería intentar la reconciliación. No obstante, este camino es largo y difícil, y está más allá de la capacidad intelectual de la élite militar punyabí de Pakistán, ya que va en contra del fetiche de control colonial que caracteriza a la clase gobernante del país. Pero independientemente de la política que adopte Pakistán, la situación en Baluchistán seguirá siendo tensa en el futuro previsible. Y aunque hablar de que Baluchistán se sacuda las "cadenas de la esclavitud" (usando la evocadora frase de Imran Khan) puede sonar prematuro y excesivamente optimista, lo cierto es que Baluchistán seguirá siendo el hueso atorado en la garganta de Pakistán: uno que no puede expulsar, pero que también le resulta imposible tragar.

First published in :

Observer Research Foundation (ORF)

바로가기
저자이미지

Sushant Sareen

Sushant Sareen es miembro principal de la Observer Research Foundation. Sus trabajos publicados incluyen: Baluchistán: guerra olvidada, pueblo abandonado (monografía, 2017), Cálculo del corredor: corredor económico China-Pakistán y modelo comprador de inversión de China en Pakistán (Monografía, 2016), Zarb-e-Azab: Una evaluación de las operaciones antitalibán del ejército de Pakistán en Waziristán del Norte (Monografía, 2015)

Thanks for Reading the Journal

Unlock articles by signing up or logging in.

Become a member for unrestricted reading!