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Defense & Security

Ambigüedad o claridad estratégica: el ascenso de China y la política de EE. UU frente a la cuestión de Taiwán

Conflicto entre China y Taiwán. Relaciones entre China y Taiwán. Ilustración 3D.

Image Source : Shutterstock

by T.Y. Wang

First Published in: May.01,2025

Jun.16, 2025

Resumen

Diversos observadores han señalado que la política de “ambigüedad estratégica” de Washington busca no solo disuadir a China de atacar a Taiwán, sino también evitar que Taipéi adopte acciones que puedan ser consideradas provocadoras por los líderes de Pekín. Sin embargo, las declaraciones y acciones del expresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, parecen poner en duda esta política ambigua que Estados Unidos ha mantenido durante tanto tiempo. Se ha argumentado que un compromiso de seguridad claro por parte de Washington podría reforzar las expectativas poco realistas de los ciudadanos taiwaneses sobre el respaldo militar estadounidense, así como sus llamados a la independencia, lo cual seguramente provocaría una respuesta violenta por parte de Pekín. Este artículo, empleando la teoría de la disuasión y datos de encuestas recopilados en Taiwán durante los últimos 20 años, examina dicho argumento. El análisis demuestra que la política de ambigüedad estratégica sigue siendo fundamental para la paz y la estabilidad en el Estrecho de Taiwán. A medida que China se ha convertido cada vez más en una potencia revisionista, la política de Washington requiere una recalibración, aunque dicho ajuste no necesariamente debe ser una elección binaria entre ambigüedad y claridad. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, con su enfoque transaccional hacia los asuntos internacionales, vuelve más impredecible la política de EE. UU. respecto a la cuestión de Taiwán, lo que podría generar un Estrecho de Taiwán más volátil durante su segundo mandato.

Introducción

Uno de los aspectos clave de la política de Estados Unidos hacia Taiwán desde 1979 ha sido su postura ambigua. Con el objetivo de mantener la paz y la estabilidad en el Estrecho, la política de Washington se basa en su propia versión de la política de “una sola China”, la Ley de Relaciones con Taiwán (Taiwan Relations Act, TRA), los tres comunicados conjuntos entre Estados Unidos y China, y las “Seis Garantías” (Six Assurances) (Congressional Research Service, 2024). Bajo este marco, Washington reconoce que existe una sola China y mantiene una relación no oficial con Taipéi. Estados Unidos apoya a Taiwán con armamento de carácter defensivo y se compromete a “resistir cualquier recurso a la fuerza u otras formas de coerción que pongan en peligro la seguridad o el sistema social o económico del pueblo de Taiwán” (TRA, Sección 2(6)), pero no aclara qué situación activaría una respuesta militar estadounidense. Esta incertidumbre deliberada sobre si Estados Unidos intervendría en un conflicto en el Estrecho caracteriza de manera distintiva su política de ambigüedad estratégica. Las reiteradas promesas de seguridad del expresidente de Estados Unidos Joseph Biden hacia Taiwán desde que asumió el cargo en 2021 parecen poner en duda esta política. La respuesta de Biden a un periodista del programa 60 Minutes de CBS fue inequívoca. Cuando se le preguntó: “Entonces, a diferencia de Ucrania, para ser claro, señor, ¿las fuerzas estadounidenses — hombres y mujeres de EE. UU.— defenderían a Taiwán en caso de una invasión china?”, Biden respondió sin dudar: “Sí, si en efecto, se tratara de un ataque sin precedentes” (Pelley, 2022). Aunque funcionarios de la Casa Blanca indicaron posteriormente en varias ocasiones que la política de Estados Unidos hacia Taiwán no había cambiado, las declaraciones de Biden generaron una nueva ronda de debate (por ejemplo, Benson, 2022; Christensen et al., 2022), ya que era la cuarta vez que el presidente hacía una promesa de este tipo. [1] Los críticos señalan que la ambigüedad deliberada de Washington respecto a una posible intervención militar estadounidense no tiene como único propósito disuadir a China de atacar a Taiwán. Al ser intencionalmente vaga sobre su compromiso de defensa, la política también busca evitar que Taipéi adopte acciones que puedan ser consideradas provocadoras por los líderes de Pekín (Bush, 2006). Los datos de encuestas han mostrado de forma consistente que pocos habitantes de la isla están dispuestos a ser gobernados por el Partido Comunista Chino, y que la mayoría optaría por la independencia si se pudiera evitar una guerra con China (Hsieh & Niou, 2005; Wang, 2017). Una garantía de seguridad incondicional por parte de Washington probablemente fortalecería las expectativas poco realistas de los ciudadanos taiwaneses respecto al respaldo militar de Estados Unidos y fomentaría sus llamados a la independencia. Debido a que Taiwán es una democracia, el gobierno electo por voto popular en Taipéi podría adoptar posturas agresivas bajo presión pública, lo que con toda seguridad provocaría ataques militares de Pekín y arrastraría a Estados Unidos a una guerra no deseada con China. Este artículo, utilizando la teoría de la disuasión y datos de encuestas recolectados en Taiwán durante los últimos 20 años, intenta examinar esta lógica a través de las siguientes preguntas de investigación: ¿Cuál es la lógica detrás de la política de ambigüedad estratégica de Washington? ¿Por qué surge el llamado a una mayor claridad en primer lugar? ¿Y cuáles son las preocupaciones respecto a una política de claridad? ¿Qué significaría un segundo mandato de Donald Trump como presidente de Estados Unidos para la política de Washington hacia Taiwán?

El funcionamiento de la ambigüedad estratégica

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, estallaron intensos enfrentamientos entre las tropas lideradas por el Partido Nacionalista (Kuomintang o KMT) y el Partido Comunista Chino (PCCh) en el continente chino. Bajo el peso de la corrupción, el gobierno del KMT sufrió una derrota militar desastrosa y se retiró a la isla de Taiwán. A medida que aumentaban las tensiones geopolíticas, Washington firmó un tratado de defensa mutua con Taipéi para contener la expansión del comunismo. Durante las décadas de 1950 y 1960, se libraron varias batallas importantes en el Estrecho de Taiwán. Con la ayuda de Estados Unidos, Taipéi logró repeler los ataques militares comunistas en islas cercanas controladas por Taiwán. En la década de 1970, China cambió su estrategia y pasó de depender de la “liberación militar” de la isla a lanzar una serie de “iniciativas pacíficas” para lograr la unificación. Sin embargo, los líderes chinos continúan considerando a Taiwán como una provincia rebelde y se han negado a reconocerla como un socio de negociación legítimo e igualitario. En su intento por forzar a Taipéi a aceptar la fórmula de unificación conocida como “un país, dos sistemas”, Pekín ha advertido repetidamente que utilizará “cualquier medio que considere necesario, incluidos los militares” (Consejo de Estado de la RPC, 1993). La pérdida del escaño de Taiwán en las Naciones Unidas en 1971 y la normalización de relaciones entre China y Estados Unidos en 1972 marcaron una victoria diplomática decisiva para Pekín. La creciente importancia de China en los asuntos internacionales ha llevado a muchos países, incluidos los Estados Unidos, a romper relaciones diplomáticas con Taiwán. Tras el establecimiento de relaciones oficiales entre Estados Unidos y China en 1979, Washington ha mantenido una relación “no oficial” con Taipéi. Con el objetivo de preservar la paz y la estabilidad en el Estrecho, la política de ambigüedad estratégica fue articulándose gradualmente en los años posteriores y se ha convertido en el eje central de la postura de Estados Unidos respecto a la cuestión de Taiwán. En esencia, la ambigüedad estratégica es una política de disuasión que busca evitar que un Estado objetivo tome acciones no deseadas. El efecto disuasorio se logra mediante la amenaza del Estado disuasorio de tomar medidas que nieguen las posibles ganancias esperadas o que castiguen al adversario al punto de que los costos superen los beneficios esperados. Para ser efectiva, la disuasión requiere que el Estado que la aplica (a) posea la capacidad suficiente de represalia para negar los frutos de las acciones no deseadas; y (b) tenga la determinación de usar esa fuerza, de modo que el Estado objetivo perciba las amenazas como creíbles (Chan, 2003; Christensen, 2002; Wang, 2010). Como única superpotencia mundial, pocos países pueden resistir el peso del poder estadounidense si este se despliega en su contra. Washington también ha demostrado tener la voluntad de usar la fuerza, como lo evidenció la Crisis del Estrecho de Taiwán de 1995–1996. Ante los ejercicios militares y pruebas de misiles de Pekín que buscaban intimidar a los votantes de Taiwán en la víspera de sus primeras elecciones presidenciales por sufragio directo, la administración de Clinton respondió enviando dos grupos de combate de portaaviones a las cercanías de Taiwán. Aunque algunos pueden cuestionar la determinación de Washington debido a la percepción del declive del poder estadounidense, las guerras en Irak y Afganistán siguen siendo un recordatorio de su disposición a usar la fuerza militar. La literatura previa ha demostrado que una amenaza creíble no es suficiente para disuadir comportamientos no deseados, ya que una disuasión efectiva también requiere garantías convincentes (Christensen, 2002; Christensen et al., 2022; Schelling, 1966). El Estado objetivo tendrá pocos incentivos para acatar las demandas del Estado disuasorio si cree que perderá sus valores fundamentales. Por eso, diversas administraciones estadounidenses han asegurado repetidamente a los líderes chinos que Washington no apoya la independencia de Taiwán, para evitar que Pekín recurra a la fuerza ante el temor de una separación permanente de la isla. El reverso de esta lógica consiste en recordar a Taipéi que el compromiso de seguridad de Estados Unidos no es incondicional. El objetivo es desincentivar a Taiwán de adoptar acciones agresivas hacia la independencia, que sin duda provocarían ataques militares de China. Así, la capacidad de imponer costos que superen los beneficios de una acción no deseada constituye una forma de disuasión. Incluso la posibilidad de no actuar también puede tener un efecto disuasivo si aumenta el costo esperado de esas acciones por parte del Estado objetivo. Se dice que la postura ambigua de Washington tiene un efecto de “doble disuasión” (‘dual deterrence’) (Bush, 2006). Por un lado, disuade a Pekín de usar la fuerza militar contra Taiwán, ya que los líderes chinos no están seguros si Washington intervendrá militarmente. Por otro lado, disuade a Taipéi de declarar su independencia de forma oficial, evitando así conflictos militares en el Estrecho. A través de una red de incentivos y desincentivos, la ambigüedad estratégica de Washington ha sido elogiada como una de las políticas exteriores más exitosas, ya que ha logrado mantener la paz y la estabilidad en el Estrecho de Taiwán durante varias décadas.

¿Por qué el llamado a una mayor claridad?

Si la política de Washington ha sido efectiva, ¿por qué existen llamados al cambio? La respuesta radica en el comportamiento revisionista de China, que se ha vuelto cada vez más asertivo y agresivo. En efecto, la diplomacia de disuasión solo es eficaz cuando los actores a los que va dirigida son revisionistas condicionales. Christensen (2002) ofrece una tipología útil de distintos tipos de actores políticos para este análisis. Países como Japón, Francia y el Reino Unido son considerados “amigos no provocables” de Estados Unidos. Aunque en ocasiones puedan estar molestos con las políticas de Washington — como fue el caso del enojo de Francia por un acuerdo de submarinos luego de que Australia cancelara un contrato multimillonario con una empresa francesa para firmar uno nuevo con EE. UU. y el Reino Unido (Sanger, 2021) —, los gobiernos de estos países no tienen intención alguna de desafiar los intereses nacionales fundamentales de Estados Unidos. Tampoco Washington los percibe como amenazas potenciales. Mientras que la diplomacia de disuasión no es necesaria para los “amigos no provocables”, también existen los “ideólogos imposibles de disuadir”, para quienes las amenazas carecen de sentido. Actores políticos como la Alemania de Hitler o la red Al Qaeda de Osama bin Laden estaban decididos a cumplir sus objetivos políticos sin importar las consecuencias, y simplemente no podían ser disuadidos. Además de los “amigos no provocables” y los “ideólogos imposibles de disuadir”, hay un tercer tipo de actor político: los “revisionistas condicionales”. Éstos están dispuestos a explotar las debilidades de sus oponentes para cambiar el ‘statu quo’, pero se abstienen de actuar a menos que se presenten oportunidades favorables. Debido a que el Estado disuasorio puede mantener “rehenes” los bienes más preciados del Estado objetivo al mismo tiempo que ofrece garantías convincentes, este último tiene incentivos para cumplir con las demandas del primero. Esta lógica es la base del éxito de la ambigüedad estratégica, ya que durante buena parte del tiempo desde 1979, China no contaba con las capacidades para coaccionar directa o indirectamente a Taiwán ni para desafiar la política de disuasión de Estados Unidos . El mundo ha sido testigo de una China muy diferente desde fines del siglo XX, cuando el país comenzó a experimentar una rápida expansión económica. La Figura 1 muestra que entre 1981 y 2023, las tasas anuales de crecimiento del PIB de China generalmente oscilaron entre el 7.5% y el 10%. Con estos enormes recursos económicos, Pekín ha lanzado una campaña para modernizar sus fuerzas armadas. Durante el período de 20 años entre 1989 y 2010, como indica la Figura 2, el gasto militar de China como porcentaje del gasto público total se ubicó entre el 7% y el 17%, superando con creces al de Japón, Francia y el Reino Unido. Además de adquirir nuevos sistemas de armas, el Ejército Popular de Liberación también ha desarrollado capacidades de negación de acceso y de área (A2/AD), lo cual ha generado preocupaciones entre funcionarios estadounidenses (Maizland, 2020; Olay, 2024). Estas capacidades buscan neutralizar la habilidad de Estados Unidos y sus aliados para proyectar poder en el Pacífico Occidental, incluida la zona cercana a Taiwán. En los últimos años, Pekín ha expandido agresivamente su presencia militar en el Mar de China Meridional (Centre for Preventive Action, 2022), ha participado en disputas fronterizas con India y ha construido puestos militares en Bután (Barnett, 2021). China también ha establecido numerosos “campos de reeducación” en Xinjiang, ha cometido violaciones “graves” de derechos humanos contra los uigures y otras minorías musulmanas en esa región (Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, 2022), y ha respondido de forma represiva al movimiento prodemocracia en Hong Kong (Wang, 2023). Con la continua alineación de Pekín con Moscú tras la invasión rusa de Ucrania, los líderes chinos han demostrado al mundo que están dispuestos a desafiar la opinión internacional y afirmar con fuerza su creciente poder, tanto dentro como fuera de sus fronteras.


Figura 1. Tasa de crecimiento del PIB de China: 1961–2023. Fuente: Grupo del Banco Mundial (varios años-a).

 


Figura 2. Gasto militar por país como porcentaje del gasto público: 1989–2023. Fuente: SIPRI (varios años).

 

En este contexto, el poder nacional agregado se ha desplazado cada vez más a favor de Pekín durante las últimas décadas. Las Figuras 3 y 4 comparan el producto interno bruto (PIB) y el gasto militar total de Taiwán y China desde fines de la década de 1980. Antes del año 2000, como muestra la Figura 3, el PIB anual de China era solo entre dos y cuatro veces mayor que el de Taiwán. Sin embargo, desde 2008, esa proporción se ha ampliado a más de 10 veces. Para 2010, China superó a Japón y se convirtió en la segunda economía más grande del mundo, dejando muy atrás la productividad económica de Taiwán. Mientras tanto, desde 2009, el gasto militar de China ha sido de 10 a 20 veces mayor que el de Taiwán, como demuestra la Figura 4. Después de que los líderes chinos invalidaran sus promesas de “un alto grado de autonomía” para Hong Kong bajo el plan de unificación, varios observadores creen que Taiwán es su próximo objetivo (Lopez, 2022). Desde que Tsai Ing-wen, del Partido Progresista Democrático (DPP, por sus siglas en inglés) de tendencia independentista, fue elegida presidenta de Taiwán en 2016, Pekín ha intensificado su esfuerzo por aislar a Taipéi a nivel internacional y ha escalado su comportamiento beligerante. Esto incluye el envío recurrente de buques navales y aviones de guerra que rodean la isla e ingresan a su Zona de Identificación de Defensa Aérea (ADIZ; véase Ministerio de Defensa Nacional de la R.O.C., varios años). En los últimos años, los líderes chinos han aumentado aún más la presión militar lanzando ejercicios de fuego real cerca de las aguas taiwanesas, con frecuencia involucrando un número récord de aeronaves y buques de guerra (Ng & Wingfield-Hayes, 2024). El rápido avance tecnológico de China también le ha permitido infiltrar la infraestructura informática de Taiwán (Lonergan & Mueller, 2022). Estos desarrollos llevaron al almirante John Aquilino, de la Armada de Estados Unidos, a advertir en 2021 que China podría estar preparada para tomar Taiwán por la fuerza para el año 2027 (Lendon, 2021). 

 


Figura 3. Relación entre el PIB de China y Taiwán: 1991–2023. Fuente: Grupo del Banco Mundial (varios años-b) y Estadísticas Nacionales, R.O.C. (Taiwán) (varios años). 

 


Figura 4. Relación entre el gasto militar de China y Taiwán: 1989–2023. Fuente: SIPRI (varios años). 

 

Algunos observadores han señalado que China ya no es un revisionista condicional, sino que se ha convertido en un actor revisionista con la capacidad y la intención de cambiar el ‘statu quo’. En Estados Unidos, algunos sostienen que la ambigüedad estratégica es poco probable que disuada a una China cada vez más asertiva y amenazante hacia Taiwán. En cambio, afirman que: “Ha llegado el momento de que Estados Unidos adopte una política de claridad estratégica: una que deje en claro que responderá ante cualquier uso de la fuerza por parte de China contra Taiwán” (Haass & Sacks, 2020). Esta fue también una postura adoptada por la administración de Biden. Al caracterizar a China como un revisionista con la intención y capacidad de “reconfigurar el orden internacional”, la Casa Blanca reconoció que China es el mayor desafío para Estados Unidos y sus aliados (White House, 2022, p. 23). Dado que “no podemos confiar en que Pekín cambie su trayectoria”, corresponde a Washington “moldear el entorno estratégico que rodea a Pekín” (Blinken, 2022). Por ello, apoyar a Taiwán y fortalecer sus capacidades de defensa se ha vuelto crucial en la respuesta de Estados Unidos ante la creciente coerción china. También se advierte que la postura ambigua de Washington, si bien busca desalentar acciones no deseadas de los Estados objetivos, puede provocar errores de cálculo y comportamientos arriesgados. Los líderes tanto en Pekín como en Taipéi tienen “incentivos obvios para tergiversar sus verdaderas percepciones sobre la determinación de Estados Unidos” (Kastner, 2006, p. 662). Esta tendencia es particularmente fuerte en los líderes chinos, ya que la ecuación que hacía viable la ambigüedad ha cambiado. Se argumenta que, en lugar de mantener la estabilidad, la ambigüedad puede contribuir a la inestabilidad en el Estrecho de Taiwán y arrastrar a Estados Unidos a un conflicto no deseado con China. Además, una falta de respuesta ante una invasión militar china contra un Taiwán democrático dañaría gravemente la reputación de Washington como defensor de la democracia y generaría la percepción de que Estados Unidos no es un socio confiable (Schmitt y Mazza, 2020). Si los aliados de Estados Unidos en la región concluyen que ya no pueden contar con Washington, probablemente accederían a las demandas de Pekín. Alternativamente, algunos podrían unirse para contrarrestar el ascenso de China, lo cual aumentaría la tensión e inestabilidad en una de las regiones más dinámicas del comercio internacional. Ambas situaciones amenazarían los intereses de EE. UU. en la región y debilitarían su liderazgo global. La toma forzosa de Taiwán por parte de Pekín también permitiría a China proyectar su poder naval más allá de la primera cadena de islas, amenazando directamente la seguridad marítima de Estados Unidos y sus aliados. Además, la autonomía de Taiwán se ha convertido en un interés geopolítico vital y una cuestión de seguridad nacional para Estados Unidos debido al rol dominante de la isla en la fabricación de semiconductores. Se estima que, si China invadiera Taiwán hoy, Estados Unidos y otros países perderían el acceso al 85% de todos los microprocesadores de última generación (Fadel, 2022). Los amenazantes ejercicios militares de China, tras la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de EE. UU., Nancy Pelosi, a Taipéi, y la investidura del presidente proindependencia Lai Ching-te, subrayan aún más la necesidad de revisar la política de ambigüedad estratégica. Durante la primera administración de Trump, se reflejaron varios desarrollos que mostraban el creciente consenso de que el comportamiento revisionista de Pekín requería una respuesta firme y clara, incluyendo un apoyo sin ambigüedades a Taiwán. Entre ellos, se destacan el envío de funcionarios de alto nivel y oficiales militares a Taipéi, así como la venta de una gran cantidad de armamento avanzado a Taiwán. El Congreso de EE. UU. también aprobó la ‘Taiwan Travel Act’ de 2018 y la ‘Taiwan Allies International Protection and Enhancement Initiative’ (TAIPEI) de 2020. La primera permite que funcionarios estadounidenses de alto rango viajen a Taipéi y se reúnan con sus contrapartes taiwanesas, mientras que la segunda busca ayudar a Taiwán a mantener sus relaciones diplomáticas existentes. Tras la llegada de Joe Biden a la presidencia en 2021, su administración ha profundizado un enfoque coherente y comprensivo para “ampliar y profundizar” las relaciones entre Estados Unidos y Taiwán. Entre las medidas se incluyen: invitar al embajador de facto de Taiwán como invitado oficial a la investidura presidencial (Blanchard, 2021), enviar una delegación a Taipéi como una “señal personal” de apoyo del presidente (Brunnstrom & Martina, 2021), otorgar grandes paquetes de ventas de armas (Chung et al., 2024), fortalecer los lazos económicos bilaterales y reafirmar el estatus de Taiwán como aliado importante fuera de la OTAN (US Government Publishing Office, 2022). Todos estos esfuerzos buscan promover la seguridad, prosperidad y reconocimiento internacional de Taiwán. También se ha destacado el esfuerzo de la administración de Biden por internacionalizar el tema de Taiwán. Frases como “la importancia de la paz y la estabilidad en el Estrecho de Taiwán” han sido incluidas en las cumbres entre Estados Unidos y Japón (White House, 2021b), Estados Unidos y Corea del Sur (White House, 2021a), Japón y Australia (Primer Ministro de Australia, 2022) y del G7 (Consejo Europeo, 2021). Por primera vez, la seguridad de Taiwán ha sido incluida en los comunicados de tantas cumbres de potencias mundiales, lo que evidencia el esfuerzo de Washington por construir una coalición internacional para contener a una China amenazante, algo que beneficiaría a Taiwán. En este contexto, Biden ha reiterado en varias ocasiones su promesa de defender a Taiwán, indicando que Estados Unidos intervendría militarmente en caso de una invasión china. Esto ha llevado a muchos a especular si Washington ha cambiado su política tradicional de ambigüedad estratégica.

Problemas con la claridad

Los críticos señalan que una política de claridad estratégica conlleva riesgos. El principal de ellos es que una promesa de seguridad explícita — como la que ha dado Biden — probablemente refuerce las expectativas poco realistas de los ciudadanos taiwaneses respecto al respaldo militar de Estados Unidos, lo que a su vez podría motivar llamados públicos a favor de la independencia. Bajo presión popular, el gobierno democrático de Taipéi podría tomar acciones agresivas que provoquen una reacción violenta por parte de Pekín. Al mismo tiempo, esta confianza excesiva por parte del público no corresponde con la realidad de las acciones militares que Estados Unidos estaría dispuesto a asumir para defender a un aliado o socio (Benson, 2022). La decisión del gobierno de Biden de brindar asistencia en seguridad a Ucrania pero evitar enviar tropas estadounidenses demuestra claramente la reticencia de Washington a intervenir militarmente de forma directa en conflictos extranjeros. La confianza impracticable de los ciudadanos taiwaneses en el compromiso de defensa de Estados Unidos podría desestabilizar la relación entre ambas orillas del estrecho y poner en riesgo a la propia isla. Por ello, algunos analistas consideran que el giro de Biden hacia una política de claridad es “temerario” (por ejemplo, Beinart, 2021). Esta preocupación es válida. La Figura 5 muestra la evolución de las preferencias del público taiwanés sobre el estatus internacional de la isla durante las últimas dos décadas. Las dos líneas de puntos superiores indican que entre el 15% y el 35% de los ciudadanos prefieren mantener el ‘statu quo’ de forma indefinida, y alrededor de un tercio se declara “indeciso” sobre el futuro estatus de la isla en la comunidad internacional. Las dos líneas continuas del medio muestran que una proporción pequeña pero creciente prefiere mantener el ‘statu quo’ por ahora, pero avanzar hacia la independencia en el futuro, y esa proporción ha aumentado de forma significativa desde 2018. Una proporción aún más pequeña y en descenso favorece la unificación como objetivo final. Las dos líneas de puntos inferiores indican que menos del 10% de los residentes de la isla desean una unificación o independencia inmediata. En conjunto, la figura demuestra que muy pocos en la isla desean ser gobernados por el Partido Comunista Chino en su forma actual. La gran mayoría quiere mantener el ‘statu quo’ y prefiere una especie de independencia de facto “más amable y suave”, es decir, mantener el ‘statu quo’ para siempre, o bien una separación definitiva de China en el futuro. 

 


Figura 5. Posición de los ciudadanos taiwaneses sobre independencia y unificación: 1994–2024. Fuente: Election Study Center, Universidad Nacional Chengchi (13 de enero de 2025). 

 

Aunque los ciudadanos de Taiwán prefieren preservar su forma de vida democrática, son conscientes de que la búsqueda de la independencia podría desatar una reacción violenta por parte de China. La Figura 6 muestra que la mayoría de la población expresa su preferencia por una independencia formal si se puede evitar un conflicto con China, pero el apoyo a la independencia disminuye considerablemente si creen que Pekín lanzaría un ataque contra Taiwán. [2] La Figura 7 también indica que entre el 50% y el 60% de los ciudadanos de la isla creen constantemente que Estados Unidos acudirá en defensa de Taiwán si China lanza un ataque. El nivel de confianza es especialmente alto entre los partidarios del gobernante Partido Progresista Democrático, que tiene entre sus principios la búsqueda de la independencia formal de Taiwán. Las cifras anteriores revelan que las preferencias del público sobre el futuro de la relación con China están constantemente condicionadas por los riesgos percibidos. Es decir, se abstendrán de declarar la independencia de Taiwán si eso implica riesgos tan altos como una guerra con China. La naturaleza condicional de las preferencias ciudadanas indica que, colectivamente, los taiwaneses son revisionistas condicionales: se abstendrán de actuar a menos que surjan oportunidades. Además, el público tiene una alta confianza en que Estados Unidos acudirá en su ayuda si estalla un conflicto militar en el estrecho. Por tanto, una política de claridad estratégica probablemente reforzará aún más las expectativas poco realistas de los ciudadanos taiwaneses respecto al compromiso de seguridad de Washington, así como su apoyo a políticas que podrían ser consideradas provocadoras por los líderes de Pekín. 

 


Figura 6. Apoyo a la independencia con/sin guerra con China, 2003–2024. Fuente: Programa de Estudios de Seguridad Asiática (varios años). 

 


Figura 7. Confianza de los ciudadanos taiwaneses en el compromiso de seguridad de EE. UU.: 2003–2020. Fuente: Programa de Estudios de Seguridad Asiática (varios años). 

 

Los hallazgos anteriores parecen validar las preocupaciones de los defensores de la ambigüedad estratégica, pero un estudio reciente con datos panel recopilados en la isla podría aliviar esa inquietud (Wang & Cheng, 2023). Contrario a lo esperado, la confianza de los ciudadanos taiwaneses en el compromiso de seguridad de Washington no ha aumentado tras las promesas de seguridad de Biden; de hecho, ha disminuido. Esta caída en la confianza se debió principalmente al cambio de percepción entre los encuestados proindependencia. Como se ha mencionado, los partidarios de la independencia de Taiwán históricamente han mostrado un mayor nivel de confianza en el compromiso de defensa de EE. UU., algo coherente con su determinación de lograr la separación permanente de la isla respecto a China. Sin embargo, la guerra en Ucrania puede haber sido una llamada de atención para ellos, al evidenciar la renuencia de Occidente a intervenir militarmente de forma directa en conflictos en el extranjero. Estados Unidos podría mostrar una actitud similar de evasión en un escenario relacionado con Taiwán. A pesar de las garantías verbales de Biden, las acciones pesan más que las palabras. El cambio de actitud entre los ciudadanos proindependencia explica entonces la disminución de confianza en Washington, lo que a su vez podría atenuar sus llamados a favor de acciones agresivas hacia la independencia. Dado que el análisis de panel ha sido considerado durante mucho tiempo una de las mejores formas de examinar la persistencia y el cambio en las actitudes individuales, los resultados de este estudio son dignos de atención. Otro riesgo identificado de la claridad estratégica es que señala por qué uno “está dispuesto a arriesgarse” y qué es lo que “dejaría pasar” (Chang-Liao & Fang, 2021, p. 51). Dado el alto costo y los resultados inciertos, es probable que los líderes chinos eviten lanzar un ataque militar directo contra Taiwán. En cambio, han empleado — y probablemente seguirán empleando — tácticas de “zona gris”, como imponer sanciones económicas a productos taiwaneses, atacar la infraestructura tecnológica de la isla, violar su Zona de Identificación de Defensa Aérea (ADIZ) y realizar ejercicios militares como forma de bloqueo de facto. Sin necesidad de emprender una invasión convencional de Taiwán — que es lo que la política de claridad busca disuadir —, estas tácticas de baja intensidad pueden agotar los recursos de Taipéi y minar su determinación. En lugar de desalentar el comportamiento agresivo y amenazante de Pekín, la claridad estratégica podría socavar el efecto disuasorio de la política de Washington. Esta crítica también es válida, pero pasa por alto el hecho de que Pekín ya venía aplicando estrategias de zona gris contra Taiwán mucho antes de los recientes llamados a mayor claridad. Esto demuestra que no haber fijado un umbral claro para la intervención no ha impedido que los líderes chinos recurran a provocaciones de baja intensidad. El creciente poder de China y la percepción de un declive relativo del poder estadounidense parecen ser los factores subyacentes del comportamiento agresivo de Pekín. Los líderes chinos aparentemente confían en que Washington actuará de manera “reactiva y adversa al riesgo” (Sussex & Moloney, 2021). Por lo tanto, será responsabilidad de Estados Unidos demostrar su determinación de enfrentar a China con respuestas coordinadas. La política de ambigüedad estratégica de Estados Unidos sigue siendo crucial para la paz y la estabilidad en el Estrecho de Taiwán, pero necesita una recalibración. A medida que China se consolida cada vez más como una potencia revisionista, es necesario que Washington ajuste su postura ambigua para contrarrestar el comportamiento cada vez más beligerante de Pekín. Esta recalibración no tiene por qué ser una elección binaria entre ambigüedad y claridad; ambas políticas pueden entenderse como extremos de un continuo que puede ajustarse según el contexto. Dada la intensa campaña de presión de Pekín, Washington puede reforzar su compromiso de ayudar a Taiwán a defenderse como parte de la protección de la democracia y los intereses nacionales de Estados Unidos. Estas medidas incluyen el desarrollo de una estrategia de defensa tipo “puercoespín”, fortaleciendo las capacidades de guerra asimétrica de Taipéi, la creación de reservas militares y la formación de una defensa civil efectiva. Washington también puede ampliar la integración de Taiwán con la comunidad internacional para evitar que Pekín utilice sus tácticas de zona gris para aislar aún más a la isla y profundizar su vulnerabilidad económica. En última instancia, una política de disuasión efectiva también dependerá de que Washington brinde garantías creíbles de que no apoyará una declaración formal de independencia por parte de Taiwán. Los líderes chinos tienen una profunda sospecha de que Estados Unidos intenta, en secreto, socavar la unificación de China con Taiwán. Una recalibración de la política de ambigüedad estratégica por parte de Estados Unidos probablemente sea interpretada por Pekín como una confirmación de esa sospecha. Si los líderes chinos creen que la política de Washington conducirá a una separación permanente de Taiwán respecto a China, es poco probable que cedan ante las exigencias estadounidenses.

Trump 2.0

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca en 2025 para un segundo mandato como presidente de Estados Unidos ha añadido incertidumbre a la política de ambigüedad estratégica. Observadores han señalado que Trump es escéptico respecto al valor de los aliados y amigos, así como de los beneficios de las alianzas y asociaciones internacionales (Bush & Haas, 2024). Bajo el lema de “America First”, retiró a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico (Lobosco, 2018), el Acuerdo de París sobre el Clima (White House, 2017, 2025a), el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) (Pompeo, 2019) y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU (White House, 2025b). Además, ha ordenado una revisión exhaustiva de todas las organizaciones internacionales para evaluar si EE. UU. debería abandonar su membresía o suspender su apoyo a las mismas (White House, 2025b). Trump reprendió en reiteradas ocasiones a los miembros de la OTAN, Corea del Sur y Japón por no pagar lo suficiente por la protección estadounidense (Reuters, 2024). Su desprecio por las alianzas y asociaciones de seguridad ha desestabilizado décadas de compromiso internacional estadounidense. En este contexto, dos desarrollos tienen implicaciones directas para Taiwán. Primero, Trump ha sugerido abiertamente que Estados Unidos debería adquirir Groenlandia (Erlanger & Smialek, 2025), tomar el control del Canal de Panamá (New York Times, 2025) y anexar a Canadá como el estado número 51 (Colvin, 2025). Esta ambición por la expansión territorial ha alarmado a la comunidad internacional [3] y socava el principio de que las fronteras no deben modificarse mediante el uso de la fuerza o la coerción. Las amenazas de Trump sobre Groenlandia, Panamá y Canadá podrían alentar a los líderes chinos a considerar la toma de Taiwán por la fuerza (Sacks, 2025). Segundo, a diferencia del énfasis de Biden en la defensa de los valores democráticos en su apoyo a los aliados, Trump ha adoptado un enfoque transaccional hacia los asuntos internacionales. Su manejo del conflicto entre Rusia y Ucrania es un ejemplo claro. La administración de Trump ha ejercido una fuerte presión sobre el gobierno ucraniano para que ceda una gran parte de su riqueza mineral a EE. UU. a cambio de asistencia para defenderse (Taub, 2025). Algunos especulan que la alineación de Trump con Rusia responde a una estrategia de “Kissinger inverso” para contrarrestar el ascenso de China (Editorial Board, 2025). Aunque dicha estrategia podría beneficiar potencialmente a Taiwán, en la isla ha generado alarma el enfoque transaccional de Trump hacia el conflicto, y muchos se preguntan si aún pueden contar con el apoyo estadounidense (Buckley & Chien, 2025). Dado que Trump ha expresado su deseo de negociar un gran acuerdo económico con Pekín (Swanson, 2025), el gobierno chino podría ofrecer concesiones comerciales a cambio de influir sobre la postura de Washington respecto a Taiwán, sin involucrar a Taipéi. De hecho, Trump ha expresado escepticismo sobre el valor de Taiwán en comparación con China (Llorente, 2024). Anteriormente también cuestionó la capacidad de Estados Unidos para defender a la isla (Bolton, 2020). Aunque el Departamento de Estado eliminó recientemente de su ficha oficial sobre Taiwán la frase de larga data “No apoyamos la independencia de Taiwán” (US Department of State, 2021), lo que llevó a algunos a especular sobre un posible cambio estratégico (Tao, 2025), la actitud ambigua de Trump quedó plenamente exhibida en una entrevista anterior. Hablando en tono transaccional, Trump argumentó que “Taiwán debería pagarnos por la defensa”, porque “no somos diferentes a una compañía de seguros. Taiwán no nos da nada”. También se quejó de que Taiwán le había quitado “casi el 100%” de la industria de semiconductores a Estados Unidos (Kharpal, 2024). En respuesta a las exigencias hostiles de Trump, el gobierno de Taipéi ha intentado mostrar el valor tangible de Taiwán para Estados Unidos. Para ello, se comprometió a aumentar su gasto en defensa hasta el 3% de su PIB (Oficina de la Presidencia, República de China [Taiwán], 2025). Además, la ‘Taiwan Semiconductor Manufacturing Company’ (TSMC), el mayor fabricante mundial de chips y productor de los semiconductores más avanzados, anunció planes para invertir 100 mil millones de dólares adicionales en ampliar sus operaciones en EE. UU. (Tang & Price, 2025). [4] Esta inversión fue bien recibida por Trump (Chung & Lee, 2025), pero podría ser interpretada por los líderes chinos como una señal de falta de firmeza por parte de su administración, dada la mentalidad escéptica y cambiante del expresidente. Dado que una amenaza creíble es clave para una política de disuasión efectiva, el futuro y la eficacia de la ambigüedad estratégica durante el segundo mandato de Trump serán inciertos.

Conclusión

El Estrecho de Taiwán ha sido descrito como “el lugar más peligroso del mundo” (The Economist, 2021). Un conflicto militar entre China y Taiwán tendría consecuencias significativas. Además de causar daños y sufrimiento humano en ambos lados, dicho conflicto podría escalar hacia una confrontación directa entre dos potencias nucleares, amenazar la estabilidad regional en Asia Oriental y socavar la prosperidad de una de las regiones más dinámicas de la economía global. La política de ambigüedad estratégica de Washington ha sido eficaz para mantener la paz y la estabilidad en el Estrecho de Taiwán durante varias décadas, pero se hace necesaria una recalibración debido al creciente poder y asertividad de China. En lugar de cambiar hacia una política de claridad estratégica, Estados Unidos puede ajustar su postura ambigua fortaleciendo las capacidades de defensa de Taiwán y promoviendo su integración internacional. Al asegurar que Washington busca la paz y la estabilidad regional — y no la independencia de Taiwán — se pueden mantener los efectos disuasorios de la política y minimizar los riesgos de un conflicto militar en el Estrecho. Sin embargo, el regreso de Trump a la Casa Blanca ha alterado la política exterior tradicional de Estados Unidos basada en la promoción de la libertad y la democracia. Aunque no ha aclarado la posición de su administración respecto al apoyo a Taiwán, su enfoque transaccional sugiere que podría utilizar la relación a través del estrecho como moneda de cambio frente a Pekín. Se espera que la política de Washington hacia Taiwán sea menos predecible, lo que podría llevar a una situación volátil en el Estrecho durante el segundo mandato de Trump.

Declaración de conflictos de interés

El autor declara no tener ningún conflicto de interés potencial con respecto a la investigación, autoría y/o publicación de este artículo.

Financiamiento

El autor no recibió apoyo financiero para la investigación, autoría y/o publicación de este artículo.
Notas

[1] Biden previously provided such an assurance in May of 2022 (Kanno-Youngs & Baker, 2022), October of 2021 (Hunnicutt, 2021) and August of 2021 (ABC News, 2021). [2] The attempts to explore the conditionality of Taiwanese residents’ policy preferences include Hsieh and Niou (2005), Niou (2004) and Wu (1993, 1996). [3] There have been strong public reactions in Canada to Trump’s threats to make Canada the 51st state of the United States. Canadian Prime Minister Justin Trudeau also met with British King Charles III, the country’s head of state, to discuss the issue (Hui, 2025). [4] Without making a security commitment, Trump indicated that TSMC’s investment ‘will at least give us a position where we have, in this very, very important business, we would have a very big part of it in the United States’ (Tang & Price, 2025).

Referencias

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First published in :

Journal of Asian Security and International Affairs

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T.Y. Wang

Profesor Emérito de Política y Gobierno de la Universidad Estatal de Illinois.

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