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Defense & Security

La agenda del Armagedón: Kamala Harris, Donald Trump y la carrera hacia la destrucción

Elecciones presidenciales de Harris y Trump de 2024. Nube de palabras que muestra sus cuestiones políticas clave.

Image Source : Shutterstock

by Michael T. Klare

First Published in: Sep.24,2024

Oct.14, 2024

La próxima presidenta o presidente de EE. UU. se enfrentará a diversos retos que dividen la nación entre los que se encuentra la política de defensa nuclear.

El próximo presidente de los Estados Unidos, ya sea Kamala Harris o Donald Trump, se enfrentará a muchos y controvertidos retos nacionales que dividen a este país desde hace tiempo, como el derecho al aborto, la inmigración, las tensiones raciales y la desigualdad económica. En el ámbito de la política exterior, él o ella habrán de tomar decisiones apremiantes sobre los conflictos en Ucrania, Israel/Gaza y China/Taiwán. Pero una cuestión en la que pocos de nosotros está incluso pensando podría suponer un dilema todavía mayor para el próximo presidente y un riesgo aún más grave para el resto de nosotros: la política de defensa nuclear. Téngase en cuenta que durante las últimas tres décadas hemos estado viviendo en un período en el que el riesgo de guerra nuclear ha sido mucho más bajo que en cualquier otro momento desde que comenzó la era nuclear. Tan bajo que, a la hora de la verdad, el peligro de un holocausto de este tipo ha sido prácticamente invisible para la mayoría de la gente. El desplome de la Unión Soviética y la firma de acuerdos que han reducido sustancialmente los arsenales nucleares estadounidense y ruso han eliminado el riesgo más extremo de un conflicto termonuclear, permitiéndonos dejar de lado los pensamientos sobre un Armagedón nuclear (y centrarnos en otras preocupaciones), pero aquellos días de calma deberían considerarse como una cosa del pasado. Las relaciones entre las grandes potencias se han deteriorado en los últimos años y el progreso en el desarme se ha estancado. Es más, EE. UU y Rusia están modernizando sus arsenales nucleares con nuevas y más poderosas armas, mientras China – anteriormente un caso atípico en la ecuación a tres nuclear – ha comenzado una expansión considerable de su propio arsenal. La ecuación nuclear alterada se evidencia también en el discurso renovado sobre el posible uso de armas nucleares por parte de los líderes de las principales potencias nucleares. Un debate de este tipo había casi dejado de existir después de la crisis de los misiles en Cuba en 1962, cuando se tornó evidente para todos que cualquier intercambio termonuclear entre los EE. UU y la URSS terminaría con su aniquilación mutua. Desde que ordenó la invasión de Ucrania, el presidente ruso, Vladímir Putin, ha amenazado repetidamente con el uso de armas nucleares en respuesta a acciones futuras sin especificar de los EE. UU y la OTAN en apoyo a las fuerzas ucranianas. Citando estas amenazas, junto con el creciente poder militar de China, el Congreso estadounidense ha autorizado un programa para desarrollar más armas nucleares de “menor potencia” que supuestamente (por mucho que esto parezca una locura) proporcionarán al presidente más “opciones” en caso de un futuro conflicto regional con Rusia o China. Gracias a aquellos acontecimientos, y a otros relacionados, el mundo se encuentra ahora más cerca de una auténtica conflagración nuclear que en cualquier otro momento desde el fin de la Guerra Fría. Y aunque la ansiedad popular sobre un intercambio nuclear puede haber disminuido, hay que tener en cuenta que el potencial explosivo de los arsenales existentes no lo ha hecho. Piénsese en este escenario: incluso una guerra nuclear “limitada”, que implique el uso de solamente una decena más o menos de los cientos de misiles balísticos intercontinentales (ICBM) poseídos por China, Rusia y los EE. UU causaría la suficiente destrucción planetaria como para garantizar el colapso de la civilización y la muerte de miles de millones de personas. Todo ello no es más que el telón de fondo sobre el que el próximo presidente se enfrentará, sin duda, a decisiones fatídicas sobre la producción y el posible uso de este tipo de armas, ya sea en la relación nuclear bilateral entre los EE. UU y Rusia o la trilateral que incorpora a China.

La ecuación nuclear entre los EE. UU y Rusia

El primer dilema nuclear al que se enfrentará el próximo presidente tiene una línea cronológica clara. En aproximadamente 500 días, el 5 de febrero de 2026, el Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (New START), el último acuerdo nuclear entre los EE. UU y Rusia que limita el tamaño de sus arsenales, expirará. Este tratado, firmado en 2010, limita a cada parte a un máximo de 1550 ojivas nucleares estratégicas desplegadas y a 700 sistemas de transporte, ya sean ICBM, misiles balísticos disparados desde submarinos (SLBM) o superbombarderos capaces de transportar armas nucleares. (El tratado cubre solamente las cabezas nucleares estratégicas, o aquellas que tienen como fin los ataques en el territorio nacional del otro, y no incluye los arsenales potencialmente devastadores de armas nucleares “tácticas” poseídos por los dos países y que tienen como fin su uso en conflictos regionales.) Este tratado sobrevive hoy con ayuda de respiración asistida. El 21 de febrero de 2023 Putin anunció amenazadoramente que Rusia había “suspendido” su participación formal en New START, aunque aseguró que seguiría respetando los límites de ojivas nucleares y tiempos de lanzamiento mientras EE. UU lo hiciese. La administración de Biden entonces acordó que ella también continuaría respetando los límites del tratado. También ha sugerido a Moscú que está dispuesta a debatir los términos de un reemplazo para el New START cuando este acuerdo expire en 2026. Los rusos, sin embargo, han declinado participar en estas negociaciones mientras los EE. UU continúen con su apoyo militar en Ucrania. De manera similar, entre las primeras decisiones de importancia que el nuevo presidente tendrá que hacer en enero de 2025 se encontrará qué postura adoptar respecto al futuro estatuto del New START (o de su reemplazo). Con la extinción del tratado apenas a un año de distancia, quedará poco tiempo para una cuidadosa deliberación a medida que la nueva administración elija entre diferentes posibilidades, potencialmente fatídicas y polémicas. Su primera opción, por supuesto, sería preservar el statu quo, aceptando que los EE. UU respetarán los límites numéricos del tratado mientras Rusia lo haga, incluso en ausencia de un tratado que le obligue a hacerlo. Cabe contar con algo, con todo: una decisión así sería con toda certeza desafiada y puesta a prueba por los halcones nucleares tanto en Washington como en Moscú. Por supuesto, la presidenta Harris o el presidente Trump podrían decidir impulsar un esfuerzo diplomático para persuadir a Moscú que aceptase una nueva versión de New START, una empresa especialmente exigente teniendo en cuenta el poco tiempo que queda. Idealmente, un acuerdo de estas características implicaría más reducciones de los arsenales estratégicos estadounidense y ruso, o al menos un límite a la cantidad de armas tácticas de cada parte. Y, cabe recordar, incluso si se llegase a alcanzar un acuerdo de estas características, requeriría la aprobación del Senado y sin ninguna duda se toparía con una feroz resistencia de los halcones en esa cámara. A pesar de estos obstáculos, éste sería probablemente el mejor resultado posible imaginable. El peor – y, a pesar de todo, el más probable – sería la decisión de abandonar los límites del New START y comenzar a acumular más armas en el arsenal estadounidense, revirtiendo la política de control armamentística sobre la que ambos partidos habían alcanzado un consenso y que se remonta a la administración del presidente Richard Nixon. Tristemente, hay demasiados miembros en el Congreso que favorecen un paso como éste y que ya están proponiendo medidas para ponerlo en marcha. En junio, por ejemplo, en esta versión de la National Defense Authorization Act para el año fiscal 2025, el Comité de las Fuerzas Armadas del Senado instó al Departamento de Defensa a comenzar a diseñar planes para incrementar el número de ICBM desplegados de los 400 Minuteman-III actuales a los 450 de su reemplazo, el futuro ICBM Sentinel. La versión de la Cámara de Representantes de esta medida no contiene esta provisión, pero incluye planes separados para una expansión de las fuerzas de misiles balísticos intercontinentales. (El texto definitivo de esta ley aún ha de ser ultimado). De abandonar los EE. UU y/o Rusia los límites del New START y comenzar a ampliar su arsenal nuclear después del 5 de febrero de 2025, se iniciaría con toda seguridad una nueva carrera armamentística nuclear sin límites a corto plazo. No importa cuál de las partes anunciase este paso antes, la otra se sentiría sin ninguna duda obligada a seguirla y, de ese modo, por primera vez desde los años de Nixon en la presidencia, ambas potencias nucleares expandirían en vez de reducir sus fuerzas nucleares desplegadas, incrementando así únicamente, por supuesto, el potencial para la destrucción mutua asegurada. Y si la Guerra Fría es una guía de algo, una competición como ésta para engrosar los arsenales resultaría en una sospecha y hostilidad crecientes, sumando un grave riesgo de escalada nuclear a cualquier crisis que pueda surgir entre ellos.

La carrera armamentística a tres bandas

Por espantosa que pueda resultar, una carrera nuclear entre dos potencias no es el mayor peligro al que nos enfrentamos. Después de todo, si Moscú y Washington se demuestran incapaces a la hora de llegar a un acuerdo para un tratado que suceda al New START y comienzan a expandir sus arsenales, cualquier acuerdo nuclear trilateral que incluya a China y que pueda ralentizar el rearme nuclear actual de ese país se convierte en, esencialmente, inimaginable. Desde que adquirió armas nucleares en 1964, la República Popular China ha seguido una posición de mínimos en cuanto al despliegue de este tipo de armamento, insistiendo en que jamás iniciaría un conflicto nuclear y que únicamente usaría sus armas nucleares en respuesta a un ataque nuclear contra el país. De acuerdo con esta política, China ha mantenido desde hace tiempo un arsenal relativamente pequeño, de unas 200 ojivas nucleares aproximadamente, y una pequeña flota de SLBM y ICBM. En los últimos años, sin embargo, China ha emprendido un significativo rearme nuclear, sumando otras 300 ojivas nucleares y produciendo más misiles y silos para el lanzamiento de misiles, mientras ha insistido en que su política de no usarlas primero permanece intacta y que solamente está manteniendo una fuerza de respuesta para detener una potencial agresión por parte de otros estados con armas nucleares. Algunos analistas occidentales creen que Xi Jinping, el líder nacionalista y autoritario de China, considera que un gran arsenal es necesario para dar un impulso a la posición de su país en un mundo multipolar y fuertemente competitivo. Otros argumentan que China teme las mejoras en las capacidades defensivas de los EE. UU, especialmente la instalación de sistemas antimisiles balísticos que podrían poner en peligro su fuerza de respuesta relativamente pequeña y sustraerle, así, cualquier poder disuasorio en respuesta a un primer ataque estadounidense. Teniendo en cuenta la construcción de varios centenares de nuevos silos para misiles en China, los analistas del Pentágono sostienen que el país planea desplegar hasta un millar de cabezas nucleares en 2030 y unas 1500 en 2035, prácticamente el equivalente a los arsenales desplegados de Rusia y los EE. UU según las guías del New START. Actualmente no hay ninguna manera de confirmar estas predicciones, que están basadas en las extrapolaciones hechas a partir del reciente crecimiento del arsenal chino de, quizás, unas 200 a unas 500 ojivas nucleares. Sin embargo, muchos oficiales en Washington, especialmente en el Partido Republicano, han comenzado a defender que, teniendo en cuenta este rearme, los límites del New START deben ser abandonados en 2026 y ampliar con todavía más armas el arsenal nuclear estadounidense para contrarrestar tanto a Rusia como a China. Como Franklin Miller, del Scowcroft Group con sede en Washington y exdirector de cuestiones nucleares en la oficina del secretario de Defensa, ha escrito, “disuadir a China y a Rusia simultáneamente [exige] incrementar el nivel de las ojivas estratégicas estadounidenses.” Miller fue uno de los 12 miembros de la Comisión de Cuestiones Estratégicas del Congreso de los Estados Unidos, un grupo formado por miembros de ambos partidos que se reunió en 2022 para replantear las políticas nucleares estadounidenses a la luz del creciente arsenal chino, las amenazas nucleares de Putin y otros acontecimientos. En su informe final de octubre de 2023, esta comisión recomendó numerosas alteraciones y adiciones al arsenal estadounidense, incluyendo la instalación de múltiples ojivas (en vez de una sola) en los misiles Sentinel que se están construyendo para reemplazar a los ICBM Minutemen e incrementar la cifra de bombarderos nucleares B-21 y submarinos de la clase Columbia con capacidad para transportar misiles balísticos y que han de ser producidos bajo el programa de “modernización” nuclear del Pentágono, de 1.5 billones de dólares. La administración de Biden todavía tiene que respaldar las recomendaciones en ese informe. Con todo, ya ha sugerido que está considerando los pasos que una futura administración habría de tomar para abordar el arsenal chino ampliado. En marzo, la Casa Blanca aprobó una nueva versión de un documento altamente secreto, la Guía de Uso Nuclear, que, por primera vez, supuestamente se centraba en contrarrestar tanto a China como a Rusia. De acuerdo con los pocos comentarios públicos hechos por funcionarios de la administración estadounidense sobre este documento, también establece planes de contingencia para incrementar la cifra de armas estratégicas desplegadas en los próximos años si Rusia abandona los límites actuales del New START y no se negocian límites armamentísticos con China. “Hemos comenzado a explorar opciones para incrementar la futura capacidad de lanzadoras u ojivas desplegadas en tierra, mar y aire [de la “tríada” nuclear de ICBM, SLMB y bombarderos] que podría ofrecer al liderazgo nacional una flexibilidad incrementada, si así se desea, y ejecutarla”, dijo el subsecretario de Política de Defensa Vipin Narang el 1 de agosto. Aunque ninguna de estas opciones tiene posibilidades de implementarse en los próximos meses de la presidencia de Biden, la siguiente administración tendrá delante suyo distintas decisiones ominosas sobre la futura composición de este arsenal nuclear ya de por sí monstruoso. Ya sea mantenido o expandido, la única opción de la que no oiremos mucho hablar en Washington es la de encontrar una manera de reducirlo. Y algo es seguro: incluso la decisión de sencillamente preservar el statu quo en el contexto del actual entorno cada vez más hostil ya supone un mayor riesgo de conflicto nuclear. Cualquier decisión de expandirlo, junto con movimientos comparables por parte de Rusia y China, creará, sin duda, un riesgo aún mayor de inestabilidad y, potencialmente, una escalada nuclear suicida.

La necesidad del activismo ciudadano

Para muchos de nosotros la política de armamento nuclear parece un tema difícil que debería dejarse a los expertos. Pero no siempre fue así. Durante la Guerra Fría, la guerra nuclear parecía una posibilidad omnipresente y millones de estadounidenses se familiarizaron con estas cuestiones, participando en protestas para prohibir la bomba nuclear o la campaña para limitar las armas nucleares en los ochenta. Pero con el fin de la Guerra Fría y una sensación menos perceptible de un apocalipsis nuclear, la mayoría de nosotros nos pasamos a otros temas y preocupaciones. Pero el peligro nuclear está creciendo rápidamente y las decisiones respecto al arsenal estadounidense podrían tener repercusiones de vida o muerte a una escala mundial. Y una cosa debería quedar clara: añadir más armas al arsenal estadounidense no nos hará para nada más seguros. Teniendo en cuenta la invulnerabilidad de los submarinos con capacidad de transportar armas nucleares de este país y la multitud de otras armas existentes en nuestro arsenal nuclear, ningún dirigente extranjero podría planificar razonablemente un primer ataque al país y no esperar una respuesta catastrófica, que, a su vez, devastaría a todo el planeta. Adquirir más armas nucleares no alteraría nada de esto lo más mínimo. Todo lo que podría posiblemente hacer es añadir más tensiones internacionales e incrementar el riesgo de aniquilación global. Como Daryl Kimball, director ejecutivo de la Asociación de Control de Armas, una organización de investigación independiente, ha escrito recientemente, “los incrementos significativos en el arsenal nuclear desplegado de los EE. UU socavarían la seguridad mutua y global haciendo que el balance existente del terror nuclear fuese más impredecible, y pondrían en marcha un ciclo de competición nuclear contraproducente y costoso en su lógica de acción-reacción.” Pero la decisión de seguir una vía imprudente como la descrita es algo que podría ocurrir dentro de unos meses. A comienzos de 2025, o bien Kamala Harris o bien Donald Trump, uno de los dos podría estar tomando decisiones críticas respecto al futuro del nuevo tratado New START y la composición del arsenal nuclear estadounidense. Teniendo en cuenta las enormes implicaciones en juego, este tipo de decisiones no deberían dejarse al presidente y a una camarilla de sus asesores más cercanos, sino que deberían ser preocupación de todo ciudadano. Deberíamos asegurar un debate intenso sobre alternativas y que incluyese los pasos a tomar con miras a reducir y, eventualmente, eliminar los arsenales nucleares mundiales. Sin un activismo ciudadano, nos enfrentamos al mismo peligro que, por primera vez desde las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, se detonen de nuevo armas nucleares en este planeta, con miles de millones de personas encontrándose en un peligro casi inimaginable.

 

Articulo bajo licencia CC BY-SA 3.0 ES (Atribución-CompartirIgual 3.0 España). 

First published in :

Revista El Salto

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Michael T. Klare

 

Profesor emérito de cinco estudios universitarios de paz y seguridad mundial en Hampshire College y miembro visitante senior de la Asociación de Control de Armas. Es autor de 15 libros, el último de los cuales es ‘All Hell Breaking Loose: The Pentagon’s Perspective on Climate Change’.

 

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